antonio escobar mendivez
Silencia con tu índice mi alma,
calla mi corazón;
silencia con estrellas sus latidos;
para que nadie sepa
el rumor del amor y su belleza.
Nadie debe saber
que se inundo mi alma de ternura,
que el mar reventó olas en tu boca,
que hay música de amor sobre tu cuerpo.
Nadie debe saber que tu mirada
guarda sueños celestes y alboradas,
que somos unidad
brillando en los luceros
del rocío.
Aquí tú y yo tan sólo
somos alas,
volando hacia el almíbar de los besos.
Tú no sabes de mí sino que te amo,
parado en una esquina del silencio
esperando la lluvia de caricias.
martes, 31 de julio de 2007
viernes, 27 de julio de 2007
DIAS DE RADIO
Correo de Salem
Por Eduardo González Viaña (*)
Enrique Córdoba de la cadena Caracol cumple hoy 20 años transmitiendo desde Miami. Éste es un homenaje para él y para Carlos Burméster que, desde Trujillo, Perú, nos demuestra cada día el tremendo poder de la radio.
“ Ábrense las puertas sonoras de la radionovela Ace para llevar a ustedes la emoción y el romance de un nuevo capítulo… Mientras tanto crujieron los leños de la chimenea, se azuzaron las llamas, resonaron los goznes de las pesadas puertas, la noche cayó sobre la isla, la tempestad remeció los árboles, se insinuaron unos pasos insinuantes, tibios, casi sagrados, y Karla, la joven marquesa se arrellenó en uno de los negros sillones olorosos a cuero, a sueños y a recuerdo. En ese instante”No se llega a saber lo que ocurre en ese instante porque una voz muy seria interrumpe la escena para aconsejar a las amas de casa que antes de ir a la escuela, sus hijos tienen que decir buenos días con Nugget y recordar que Kolynos combate las caries… y un coro de voces que bajan del cielo proclaman que “se acabó el jabón, qué vamos a hacer. Ace lavando, yo descansando. Ace lavando, yo descansando”Hablo de la radio y de sus días, que en mi pueblo fueron más bien noches porque no había servicio eléctrico diurno, y recuerdo esos tiempos porque recientemente he escuchado dos de las radios que poblaron con recuerdos e historias asombrosas los días más mozos de mi vida. Por coincidencia, también he hablado con dos amigos que las personifican. Me refiero a Carlos Burméster Landauro de Radio Libertad de Trujillo y Enrique Córdoba Rocha de la Cadena Caracol de Colombia.La Cadena Caracol de Colombia inventó para mí el concepto de América Latina porque en el soleado puerto del Pacífico donde transcurrió mi infancia, Pacasmayo, el largo desierto borraba las voces emitidas desde Lima y desde cualquier otro lugar del universo, pero no las de Caracol. Sus ondas saltaban montañas inmensas, esquivaban los vientos del bosque, seguían el curso de los ríos y se internaban en el desierto para llegar hasta nuestros oídos como la confirmación de que existía una América loca y apasionada en la que habíamos tenido la suerte de nacer. Música de todo este continente mágico llegaba con ella. Tangos, boleros, mambos, pasillos, corridos, cumbias y hasta valses peruanos se alternaban con voces fantasmas que nos hablaban desde la fortaleza de América, en Cartagena de Indias, desde la ventana bogotana de donde Bolívar saltó para escapar de los conspiradores o desde un barco despacioso que se adentraba en el infinito cauce del río del amor, el Magdalena.Enrique Córdoba Rocha es hoy la voz más conocida y grata de la Cadena Caracol, tal vez la que más lejos llega en el mundo porque su radio está ahora instalada en Miami y él puede ofrecer a los “latinos” que viven en los Estados Unidos y a los que permanecen en el sur del continente un mensaje que es tiene tanta gracia como nivel. Suele viajar por todo el planeta, siempre con el micro, y entrevista tanto a políticos como cantantes, escritores como artistas de cine e incluso gatos y fantasmas. Nacido en Cartagena, abogado y diplomático de carrera, hace tiempo que dejó esas ocupaciones por los ajetreos del periodista viajero, y el resultado son las entrevistas que todos los días le escuchamos, y un par de libros encantadores “Mi pueblo, el mundo y yo” y “Cien voces de América”En Miami, hace poco, le pregunté de cuándo venía su vocación, y me enteré que era algo genética. Su padre era profesor y recitador, y tenía una memoria tan gigantesca que a veces declamaba durante varios días. En una ocasión, venció todos los records anteriores al pasarse toda una semana recitando y, como no había un poema que durara tanto, se aprendió de memoria las quinientas y tantas páginas de la novela “María”.Carlos Burméster Landauro de Radio Libertad en Trujillo, Perú, tiene su emisora en una revista de papel y en el internet, y por lo tanto es posible que los nostálgicos escuchemos su radioperiódico “La Voz de la Calle”, y las novelas de las 3, las 4, las 5 y las 6,. Pero hay algo más novedoso que todo eso, la maravilla del web nos va a permitir explorar el Museo de Voces en el que se han quedado grabadas -repitiéndose hasta la eternidad y la afonía- las palabras que dijo Hemingway en su visita a Trujillo así como las que pronunciaron centenares de otros personajes a lo largo de la segunda mitad del siglo veinte.El padre de Carlos, el doctor Carlos Burméster Barrionuevo, fundó la radio hace exactamente cincuenta años. Abogado y periodista polémico, el fundador de “Libertad” se dio el lujo de oponerse y discrepar permanentemente con el partido político que por entonces era el mayoritario en la región. Cuando algunos fanáticos le pusieron una carga explosiva y le volaron la antena, Burméster puso otra de inmediato, y volvió a las andadas con el coraje de siempre.Aunque la “Voz de la Calle” tiene un estilo irónico y pleno de sentido del humor, es notable su respeto por las ideas ajenas y por el honor de las personas. Me gustaría abundar en sus contenidos, pero no puedo aguantar la gana de recordar un programa matutino que dirigía el fundador. ¿Cómo se llamaba este programa? … No importa. Comenzaba muy temprano antes de las 7 de la mañana. El doctor Burméster leía las noticias, las comentaba con mucha gracia… y de repente comenzaba a despertar a sus hijos: “Carlitos, ya es hora de que te levantes y lustres tus zapatos con Nugget” “Nenita, ¿a que hora vas a tomar el desayuno, hijita? Supongo que te estarás lavando la cara con Camay, el jabón de las reinas de belleza”Me gustaría seguir recordando y viviendo la radionovela del inicio de esta nota, al igual que relatando las historias de Caracol y Libertad, pero cuando lo intento, comienzo a ver y escuchar “burbujita, burbujita, burbujita de la Sal de Uvas Picot. Cuando alguien tiene mala digestión, al instante burbujita entra en acción.”
“ Ábrense las puertas sonoras de la radionovela Ace para llevar a ustedes la emoción y el romance de un nuevo capítulo… Mientras tanto crujieron los leños de la chimenea, se azuzaron las llamas, resonaron los goznes de las pesadas puertas, la noche cayó sobre la isla, la tempestad remeció los árboles, se insinuaron unos pasos insinuantes, tibios, casi sagrados, y Karla, la joven marquesa se arrellenó en uno de los negros sillones olorosos a cuero, a sueños y a recuerdo. En ese instante”No se llega a saber lo que ocurre en ese instante porque una voz muy seria interrumpe la escena para aconsejar a las amas de casa que antes de ir a la escuela, sus hijos tienen que decir buenos días con Nugget y recordar que Kolynos combate las caries… y un coro de voces que bajan del cielo proclaman que “se acabó el jabón, qué vamos a hacer. Ace lavando, yo descansando. Ace lavando, yo descansando”Hablo de la radio y de sus días, que en mi pueblo fueron más bien noches porque no había servicio eléctrico diurno, y recuerdo esos tiempos porque recientemente he escuchado dos de las radios que poblaron con recuerdos e historias asombrosas los días más mozos de mi vida. Por coincidencia, también he hablado con dos amigos que las personifican. Me refiero a Carlos Burméster Landauro de Radio Libertad de Trujillo y Enrique Córdoba Rocha de la Cadena Caracol de Colombia.La Cadena Caracol de Colombia inventó para mí el concepto de América Latina porque en el soleado puerto del Pacífico donde transcurrió mi infancia, Pacasmayo, el largo desierto borraba las voces emitidas desde Lima y desde cualquier otro lugar del universo, pero no las de Caracol. Sus ondas saltaban montañas inmensas, esquivaban los vientos del bosque, seguían el curso de los ríos y se internaban en el desierto para llegar hasta nuestros oídos como la confirmación de que existía una América loca y apasionada en la que habíamos tenido la suerte de nacer. Música de todo este continente mágico llegaba con ella. Tangos, boleros, mambos, pasillos, corridos, cumbias y hasta valses peruanos se alternaban con voces fantasmas que nos hablaban desde la fortaleza de América, en Cartagena de Indias, desde la ventana bogotana de donde Bolívar saltó para escapar de los conspiradores o desde un barco despacioso que se adentraba en el infinito cauce del río del amor, el Magdalena.Enrique Córdoba Rocha es hoy la voz más conocida y grata de la Cadena Caracol, tal vez la que más lejos llega en el mundo porque su radio está ahora instalada en Miami y él puede ofrecer a los “latinos” que viven en los Estados Unidos y a los que permanecen en el sur del continente un mensaje que es tiene tanta gracia como nivel. Suele viajar por todo el planeta, siempre con el micro, y entrevista tanto a políticos como cantantes, escritores como artistas de cine e incluso gatos y fantasmas. Nacido en Cartagena, abogado y diplomático de carrera, hace tiempo que dejó esas ocupaciones por los ajetreos del periodista viajero, y el resultado son las entrevistas que todos los días le escuchamos, y un par de libros encantadores “Mi pueblo, el mundo y yo” y “Cien voces de América”En Miami, hace poco, le pregunté de cuándo venía su vocación, y me enteré que era algo genética. Su padre era profesor y recitador, y tenía una memoria tan gigantesca que a veces declamaba durante varios días. En una ocasión, venció todos los records anteriores al pasarse toda una semana recitando y, como no había un poema que durara tanto, se aprendió de memoria las quinientas y tantas páginas de la novela “María”.Carlos Burméster Landauro de Radio Libertad en Trujillo, Perú, tiene su emisora en una revista de papel y en el internet, y por lo tanto es posible que los nostálgicos escuchemos su radioperiódico “La Voz de la Calle”, y las novelas de las 3, las 4, las 5 y las 6,. Pero hay algo más novedoso que todo eso, la maravilla del web nos va a permitir explorar el Museo de Voces en el que se han quedado grabadas -repitiéndose hasta la eternidad y la afonía- las palabras que dijo Hemingway en su visita a Trujillo así como las que pronunciaron centenares de otros personajes a lo largo de la segunda mitad del siglo veinte.El padre de Carlos, el doctor Carlos Burméster Barrionuevo, fundó la radio hace exactamente cincuenta años. Abogado y periodista polémico, el fundador de “Libertad” se dio el lujo de oponerse y discrepar permanentemente con el partido político que por entonces era el mayoritario en la región. Cuando algunos fanáticos le pusieron una carga explosiva y le volaron la antena, Burméster puso otra de inmediato, y volvió a las andadas con el coraje de siempre.Aunque la “Voz de la Calle” tiene un estilo irónico y pleno de sentido del humor, es notable su respeto por las ideas ajenas y por el honor de las personas. Me gustaría abundar en sus contenidos, pero no puedo aguantar la gana de recordar un programa matutino que dirigía el fundador. ¿Cómo se llamaba este programa? … No importa. Comenzaba muy temprano antes de las 7 de la mañana. El doctor Burméster leía las noticias, las comentaba con mucha gracia… y de repente comenzaba a despertar a sus hijos: “Carlitos, ya es hora de que te levantes y lustres tus zapatos con Nugget” “Nenita, ¿a que hora vas a tomar el desayuno, hijita? Supongo que te estarás lavando la cara con Camay, el jabón de las reinas de belleza”Me gustaría seguir recordando y viviendo la radionovela del inicio de esta nota, al igual que relatando las historias de Caracol y Libertad, pero cuando lo intento, comienzo a ver y escuchar “burbujita, burbujita, burbujita de la Sal de Uvas Picot. Cuando alguien tiene mala digestión, al instante burbujita entra en acción.”
CANCION DE AMOR
Antonio Escobar Mendìvez
La primavera del amor partió contigo
cuajada de color,
la tibieza del sol
y el canto de las aves.
A cambio me dejó,
tormentoso dolor,
un camino
de olvido.
Hoy soy un ruiseñor,
sin ninguna canción,
sin cielo y pentagrama.
¿Repiten tu mirada otras pupilas?
¿Las abejas preparan su mielumbre
en el amén del beso?
El adiós es un lienzo colgado en el recuerdo
y tus pisadas,
esta canción de amor
que recorre tu cuerpo.
La primavera del amor partió contigo
cuajada de color,
la tibieza del sol
y el canto de las aves.
A cambio me dejó,
tormentoso dolor,
un camino
de olvido.
Hoy soy un ruiseñor,
sin ninguna canción,
sin cielo y pentagrama.
¿Repiten tu mirada otras pupilas?
¿Las abejas preparan su mielumbre
en el amén del beso?
El adiós es un lienzo colgado en el recuerdo
y tus pisadas,
esta canción de amor
que recorre tu cuerpo.
viernes, 20 de julio de 2007
AUSENCIA
Antonio Escobar Mendìvez
Cuando vayas sin coger mi mano,
por los caminos recorridos juntos;
cuando otros labios
pronuncien tu nombre
y ya no escuches mis palabras torpes;
cuando ya no me quieras,
recogeré mis labios de tus besos,
limpiaré mis caricias de tu cuerpo,
doblaré con cuidado al amor
y no le duela,
tener que trasladarlo a otro paisaje.
¡Ay pobre amor!
amor,
sin el calor amigo de tu cuerpo,
sin el remanso dulce
de tus ojos,
sin la canción temprana
de tus labios,
sin tu cuerpo,
mi amor,
y sin tu alma.
¡Ay amor!
¡Qué desierto habrá en mi alma!
cuando lleve mis pasos
sin tus pasos
cuando sienta tu ausencia
cuando camines sin coger mi mano
Cuando vayas sin coger mi mano,
por los caminos recorridos juntos;
cuando otros labios
pronuncien tu nombre
y ya no escuches mis palabras torpes;
cuando ya no me quieras,
recogeré mis labios de tus besos,
limpiaré mis caricias de tu cuerpo,
doblaré con cuidado al amor
y no le duela,
tener que trasladarlo a otro paisaje.
¡Ay pobre amor!
amor,
sin el calor amigo de tu cuerpo,
sin el remanso dulce
de tus ojos,
sin la canción temprana
de tus labios,
sin tu cuerpo,
mi amor,
y sin tu alma.
¡Ay amor!
¡Qué desierto habrá en mi alma!
cuando lleve mis pasos
sin tus pasos
cuando sienta tu ausencia
cuando camines sin coger mi mano
jueves, 19 de julio de 2007
DISTANCIA
Antonio Escobar Mendívez
La niebla del olvido
habita como búho
las buhardillas del recuerdo.
Ya se hizo noche tu distancia
sin el repicar de tu voz,
las corolas de tus labios,
tu abanico de caricias.
Se esfumó el ara de tu risa,
la cadencia ritual de tus pisadas,
el cascabel de tus reproches,
tu tardanza para nuestras citas,
tu terquedad de niña,
tu inocencia.
Tu amor es una nube,
en el espacio claro del camino
o un árbol de otoño,
hojas avanzando sin destino.
La niebla del olvido
habita como búho
las buhardillas del recuerdo.
Ya se hizo noche tu distancia
sin el repicar de tu voz,
las corolas de tus labios,
tu abanico de caricias.
Se esfumó el ara de tu risa,
la cadencia ritual de tus pisadas,
el cascabel de tus reproches,
tu tardanza para nuestras citas,
tu terquedad de niña,
tu inocencia.
Tu amor es una nube,
en el espacio claro del camino
o un árbol de otoño,
hojas avanzando sin destino.
miércoles, 18 de julio de 2007
HERIDA
Antonio Escobar Mendivez
Tu diente dibujó
la herida,
con la sangre
que horadó mi alma,
Tu garra,
desgranó mi pecho,
suavidad del amor,
delicado rostro
de corola.
¿Hasta cuándo
el cuchillo
de tu voz zahiriente,
tus pasos ajenos
a la dicha,
han de ser espina de pial
en mi paisaje?
Tu diente dibujó
la herida,
con la sangre
que horadó mi alma,
Tu garra,
desgranó mi pecho,
suavidad del amor,
delicado rostro
de corola.
¿Hasta cuándo
el cuchillo
de tu voz zahiriente,
tus pasos ajenos
a la dicha,
han de ser espina de pial
en mi paisaje?
sábado, 14 de julio de 2007
TUS OJOS
Antonio Escobar Mendìvez
Entre el cielo común del universo,
brillan como luceros tus ojos,
desparramando pétalos,
suaves hojas. Encuentro con tus ojos castaños
almendras encantadas, en tu rostro
caminitos que conducen,
al dulce arroyuelo de tu alma. Hallo tus ojos buenos
con riberas de musgo
y tréboles sonrientes,
mirando asombrados mi sonrisa
çy el mágico prendedor de mi alegría.
En tu mirada encuentro, amada mía,
tu alma en un abrazo alborozado
con dos niñas besando al sol radiante.
Y hoy que el sueño se abraza
a mi costado,
reinaugurando tu amor enamorado,
cosecho las fresas de tus labios
y en tus ojos serenos
dibujo aromado beso de esperanza.
Entre el cielo común del universo,
brillan como luceros tus ojos,
desparramando pétalos,
suaves hojas. Encuentro con tus ojos castaños
almendras encantadas, en tu rostro
caminitos que conducen,
al dulce arroyuelo de tu alma. Hallo tus ojos buenos
con riberas de musgo
y tréboles sonrientes,
mirando asombrados mi sonrisa
çy el mágico prendedor de mi alegría.
En tu mirada encuentro, amada mía,
tu alma en un abrazo alborozado
con dos niñas besando al sol radiante.
Y hoy que el sueño se abraza
a mi costado,
reinaugurando tu amor enamorado,
cosecho las fresas de tus labios
y en tus ojos serenos
dibujo aromado beso de esperanza.
viernes, 13 de julio de 2007
COMO SI FUERA UN VIEJO VALS
Antonio Escobar Mendìvez
“Tal vez me estás haciendo daño”,
caminito de siempre,
avecilla pequeña entre mis manos,
cantata de la vida
diseñando una constelación para el silencio,
monumento de estrellas
y de noche.
“Tal vez cuando de mí te acuerdes”,
sea una golondrina
viajera en el recuerdo,
en el cielo trivial
de una sonrisa.
“Tal vez te abraces a tu almohada”,
entre el sueño fugaz,
la intranquilidad de la distancia,
el taconeo incesante de la noche
besando tus pupilas
y tu cuerpo.
Entonces,
toma el camino claro de mi pecho,
dibuja tu mirada sobre el alma,
tus labios en mi boca
y en la transparente mochila de la aurora,
guarda el olvido intenso,
simplemente.
“Tal vez me estás haciendo daño”,
caminito de siempre,
avecilla pequeña entre mis manos,
cantata de la vida
diseñando una constelación para el silencio,
monumento de estrellas
y de noche.
“Tal vez cuando de mí te acuerdes”,
sea una golondrina
viajera en el recuerdo,
en el cielo trivial
de una sonrisa.
“Tal vez te abraces a tu almohada”,
entre el sueño fugaz,
la intranquilidad de la distancia,
el taconeo incesante de la noche
besando tus pupilas
y tu cuerpo.
Entonces,
toma el camino claro de mi pecho,
dibuja tu mirada sobre el alma,
tus labios en mi boca
y en la transparente mochila de la aurora,
guarda el olvido intenso,
simplemente.
jueves, 12 de julio de 2007
Las ùltimas horas de Allende: Diàlogo con un fusil
Por Eduardo González Viaña
“La muerte de un presidente” de Rodolfo Quebleen, revive las últimas horas de Salvador Allende desde que ingresó a La Moneda a las 7 y 30 de la mañana del 11 de septiembre de 1973 hasta las 2 de la tarde de ese día en que lo sacaron muerto.
Durante siete horas, todo el ejército de Chile asedió el palacio de gobierno. Tanques, aviones, artillería y expertos tiradores acribillaron a las familias que vivían cerca, lanzaron cohetes, granadas y artefactos incendiarios e hicieron una guerra infame contra un grupo de valientes que solamente podía responder con unas cuantas pistolas. Sin embargo, no lograron que el mandatario se rindiera. Cuando lo sacaron del palacio en llamas, Allende había recibido centenares de balazos, pero en ningún momento había dejado de ser el presidente de Chile.
Pinochet y el almirante Patricio Carvajal.
Pinochet: Rendición incondicional, nada de parlamentar... ¡Rendición incondicional!
Carvajal: Bien. Conforme. Rendición incondicional y se le toma preso, ofreciéndole nada más que respetarle la vida, digamos.
Pinochet: La vida y su integridad física y enseguida se le va a despachar a otra parte.
Carvajal: Conforme. Ya... Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país.
Pinochet: Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país, pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando...
Carvajal: Conforme... (Ríe.) Conforme.
Esta es la grabación de un diálogo entre los jefes del Ejército y la Marina de Chile. Esto no es teatro. Estas son las palabras de dos asesinos. Tanto lo que dicen como todas las evidencias conocidas hoy- incluidas mil páginas del desclasificado archivo de la CIA- muestran que el golpe de estado perpetrado en 1973 y la brutal dictadura que lo siguió no fueron hechos siquiera en nombre de las convicciones ultraconservadoras de sus cabecillas. Fueron tan sólo las órdenes del superior- el Departamento de Estado de los Estados Unidos- cumplidas al pie de la letra por una partida de criminales a sueldo que lucian en los galones el rango de generales.
Siete años antes, converso con un caballero
Quebleen ha basado su trabajo en grabaciones como la anterior, testimonios de sobrevivientes y en el mismo archivo de la CIA, y ha producido una obra de verosimilitud sorprendente. No fui a Nueva York a presenciar la puesta en escena, pero leí el texto, y hay en él una imagen tan verídica como la que tengo del presidente y quiero recordar hoy.
Conocí personalmente a Salvador Allende en el lobby del hotel “Habana Libre” hace alrededor de cuarenta años. Se celebraba una importante conferencia, y el entonces presidente del Senado de Chile era uno de los participantes más famosos.
Aunque el evento duró más de una semana y coincidimos en muchos lugares y sesiones, no había cruzado siquiera un par de frases con él. Me lo impedían mis escasos 24 años y una timidez incontrolable. Una tarde, sin embargo, tomamos el mismo ascensor, nos saludamos con una venia y llegamos al mismo décimo piso donde al parecer ambos estábamos alojados. Entramos en nuestros respectivos cuartos, y unos minutos más tarde nos encontramos esperando el ascensor de vuelta cada uno con una camisa y corbata diferentes. Entonces ambos soltamos la risa.
-¿De dónde es usted, compañero?
Se lo dije.
-Fíjese usted. A mí en Chile me llaman “el pije”.- rió- Dicen que exagero en el cuidado personal…pero ahora veo que también hay “pijes” entre los compañeros peruanos.
Estábamos de vuelta en el lobby, y nadie nos esperaba. Allende propuso que tomáramos un café. Nos sentamos frente a una mesa sobre la cual el único adorno eran dos piedras, una blanca y la otra negra.
-¡Piedra negra sobre una piedra blanca!- recordó el poema de Vallejo, pero no hicimos una conversación literaria. Al grano, Allende tocó el tema que le interesaba.
-Hace dos meses se anunció oficialmente la caída del frente guerrillero de Luis de la Puente Uceda. ¿Qué piensa usted sobre eso?
Se contestó, o continuó en su pregunta:
-La anunciaron, pero entiendo que no han entregado su cadáver ni el de ninguno de sus compañeros.
-Es verdad. No dan prueba alguna- respondí. – Pero hay otras evidencias… Me duele mucho, pero creo que esa noticia es cierta.
Allende me quedó mirando un instante. Luego volvió los ojos hacia las piedras de la mesa.
-En mi oficina del Senado, trabaja conmigo Teresa, la esposa de Jean Paul Escobar, uno de los compañeros de De la Puente. Ella no cree que esos hechos hayan ocurrido.
-No lo creerá jamás. Está decidida a no creerlo.
-Tiene usted razón. La vida y la muerte a veces dependen de nuestras propias decisiones.
Observó fijamente las piedras, y luego aquello se convirtió en un monólogo.
De la Puente Uceda
Esa es la imagen que conservo del héroe, inclinado sobre la mesa de café y mirando esas dos piedras. A ellas les habló de Luis de la Puente.
-Un jurista, un valiente, un hombre honesto. Sé que antes de salir a la guerrilla, distribuyó las tierras de su hacienda entre los campesinos. Son pocos los que harían lo mismo… ¿Y quiénes eran sus hombres? Gente como él, abogados, médicos, estudiantes, profesores, algunos campesinos… Escalaron las montañas más altas de la tierra y desafiaron a todo un ejército. Su derrota era previsible, pero su gesto y su imagen mostrarán para siempre que quien aspira al reino de la justicia, debe sacrificarse.
“La muerte de un presidente” de Rodolfo Quebleen, revive las últimas horas de Salvador Allende desde que ingresó a La Moneda a las 7 y 30 de la mañana del 11 de septiembre de 1973 hasta las 2 de la tarde de ese día en que lo sacaron muerto.
Durante siete horas, todo el ejército de Chile asedió el palacio de gobierno. Tanques, aviones, artillería y expertos tiradores acribillaron a las familias que vivían cerca, lanzaron cohetes, granadas y artefactos incendiarios e hicieron una guerra infame contra un grupo de valientes que solamente podía responder con unas cuantas pistolas. Sin embargo, no lograron que el mandatario se rindiera. Cuando lo sacaron del palacio en llamas, Allende había recibido centenares de balazos, pero en ningún momento había dejado de ser el presidente de Chile.
Pinochet y el almirante Patricio Carvajal.
Pinochet: Rendición incondicional, nada de parlamentar... ¡Rendición incondicional!
Carvajal: Bien. Conforme. Rendición incondicional y se le toma preso, ofreciéndole nada más que respetarle la vida, digamos.
Pinochet: La vida y su integridad física y enseguida se le va a despachar a otra parte.
Carvajal: Conforme. Ya... Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país.
Pinochet: Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país, pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando...
Carvajal: Conforme... (Ríe.) Conforme.
Esta es la grabación de un diálogo entre los jefes del Ejército y la Marina de Chile. Esto no es teatro. Estas son las palabras de dos asesinos. Tanto lo que dicen como todas las evidencias conocidas hoy- incluidas mil páginas del desclasificado archivo de la CIA- muestran que el golpe de estado perpetrado en 1973 y la brutal dictadura que lo siguió no fueron hechos siquiera en nombre de las convicciones ultraconservadoras de sus cabecillas. Fueron tan sólo las órdenes del superior- el Departamento de Estado de los Estados Unidos- cumplidas al pie de la letra por una partida de criminales a sueldo que lucian en los galones el rango de generales.
Siete años antes, converso con un caballero
Quebleen ha basado su trabajo en grabaciones como la anterior, testimonios de sobrevivientes y en el mismo archivo de la CIA, y ha producido una obra de verosimilitud sorprendente. No fui a Nueva York a presenciar la puesta en escena, pero leí el texto, y hay en él una imagen tan verídica como la que tengo del presidente y quiero recordar hoy.
Conocí personalmente a Salvador Allende en el lobby del hotel “Habana Libre” hace alrededor de cuarenta años. Se celebraba una importante conferencia, y el entonces presidente del Senado de Chile era uno de los participantes más famosos.
Aunque el evento duró más de una semana y coincidimos en muchos lugares y sesiones, no había cruzado siquiera un par de frases con él. Me lo impedían mis escasos 24 años y una timidez incontrolable. Una tarde, sin embargo, tomamos el mismo ascensor, nos saludamos con una venia y llegamos al mismo décimo piso donde al parecer ambos estábamos alojados. Entramos en nuestros respectivos cuartos, y unos minutos más tarde nos encontramos esperando el ascensor de vuelta cada uno con una camisa y corbata diferentes. Entonces ambos soltamos la risa.
-¿De dónde es usted, compañero?
Se lo dije.
-Fíjese usted. A mí en Chile me llaman “el pije”.- rió- Dicen que exagero en el cuidado personal…pero ahora veo que también hay “pijes” entre los compañeros peruanos.
Estábamos de vuelta en el lobby, y nadie nos esperaba. Allende propuso que tomáramos un café. Nos sentamos frente a una mesa sobre la cual el único adorno eran dos piedras, una blanca y la otra negra.
-¡Piedra negra sobre una piedra blanca!- recordó el poema de Vallejo, pero no hicimos una conversación literaria. Al grano, Allende tocó el tema que le interesaba.
-Hace dos meses se anunció oficialmente la caída del frente guerrillero de Luis de la Puente Uceda. ¿Qué piensa usted sobre eso?
Se contestó, o continuó en su pregunta:
-La anunciaron, pero entiendo que no han entregado su cadáver ni el de ninguno de sus compañeros.
-Es verdad. No dan prueba alguna- respondí. – Pero hay otras evidencias… Me duele mucho, pero creo que esa noticia es cierta.
Allende me quedó mirando un instante. Luego volvió los ojos hacia las piedras de la mesa.
-En mi oficina del Senado, trabaja conmigo Teresa, la esposa de Jean Paul Escobar, uno de los compañeros de De la Puente. Ella no cree que esos hechos hayan ocurrido.
-No lo creerá jamás. Está decidida a no creerlo.
-Tiene usted razón. La vida y la muerte a veces dependen de nuestras propias decisiones.
Observó fijamente las piedras, y luego aquello se convirtió en un monólogo.
De la Puente Uceda
Esa es la imagen que conservo del héroe, inclinado sobre la mesa de café y mirando esas dos piedras. A ellas les habló de Luis de la Puente.
-Un jurista, un valiente, un hombre honesto. Sé que antes de salir a la guerrilla, distribuyó las tierras de su hacienda entre los campesinos. Son pocos los que harían lo mismo… ¿Y quiénes eran sus hombres? Gente como él, abogados, médicos, estudiantes, profesores, algunos campesinos… Escalaron las montañas más altas de la tierra y desafiaron a todo un ejército. Su derrota era previsible, pero su gesto y su imagen mostrarán para siempre que quien aspira al reino de la justicia, debe sacrificarse.
-Un momento- lo interrumpí. -Ha dicho usted que su derrota era previsible. ¿Quiere usted decir que para hacer la revolución se debe esperar que las condiciones objetivas se cumplan?
-Tal vez… -me miró y otra vez volvió a la observación de las piedras.- Pero si de un momento a otro, todo está acabado, hay que saber responder como hombre.
Volvió a monologar:
-De la Puente parece a Francisco de Asís entregando todos sus bienes a los pobres antes de salir a cumplir su misión. Se parece a don Quijote embistiendo lanza en mano contra un mundo injusto. Fue vencido. Como el uno y el otro fue vencido…
Los ojos de los vencidos
En ese momento, levantó la vista hacia mí.
-¿Le parezco pesimista, compañero? Cuando tenga más años, se dará cuenta de que los vencidos tienen un papel determinante en la historia. Los combates por la liberación se inspiran en el sacrificio de los pueblos arrasados, de las generaciones derrotadas, de los asombrosos mártires que marchan hacia el sacrificio. Cristo es el primero de una larga lista.
Calló un momento:
-¿Y en América Latina? ¿No le dicen algo los nombres de Cuahtemoc, de José Martí? … Y los indios masacrados durante trescientos años y levantándose a morir al lado de Túpac Amaru.
Mientras me hablaba, recordé a Zapata y a Sandino, ..Quise mencionar sus nombres, pero ya Allende estaba recordando un poema de “Alturas de Macchu Picchu”. Se lo sabía de memoria:
-“Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados…”
Ésta es mi imagen de Allende y la que Rodolfo Quebleen perpetúa en el monólogo. En mis recuerdos, el valiente chileno habla con las piedras y mira la historia con los ojos de los muertos. Ahora que se ha esfumado esa mirada, su visión de los vencidos y su propio ejemplo valeroso derraman incansables toda suerte de esperanzas sobre estos tiempos oscuros.
No sé si mi interlocutor había leído a Walter Benjamín, pero las palabras que le recuerdo trasuntan esa filosofía.
-La violencia de los dominadores ha convertido al mundo en un matadero.- me dijo y añadió:
-Por eso, hay que recordar a nuestros vencidos. Mientras su causa no triunfe, siempre será posible un nuevo matadero.
Creo que estuvimos allí más de una hora. Pasó Regis Debray, se sentó a nuestro lado. Después se nos juntó Hilda Gadea de Guevara, pero Allende seguía hablando con las piedras. Por fin, arribaron las personas que estábamos esperando, y nos despedimos.
En la escena teatral de Quebleen, el presidente de Chile habla por teléfono con el Almirante Carvajal, con su hija Beatriz, con su secretaria, y por fin, con el general Baeza, uno de los sitiadores, a quien le ordena que deje salir a las mujeres. Por fin, habla con su Kalashnikov, y todo el acto teatral se sostiene sobre la mirada del hombre su monólogo con un fusil.
Tal vez la proximidad de la muerte le confiere una lucidez asombrosa. De pronto dice algo que solo se ha sabido muchos años después:
-Nixon y Kissinger ya habrán anunciado que fueron sorprendidos por la noticia… Por supuesto que fueron sorprendidos… El golpe estalló diez minutos antes de la hora ordenada por ellos.
Fue exactamente así. Lo revelan hoy los documentos de la CIA abiertos a todo el mundo treinta años después del crimen.
Confieso que siempre me ha resultado difícil entender la muerte de Allende o la del Che, la persecución y la cárcel de los combatientes por amor a la justicia y a la verdadera libertad.
Sin embargo esta obra de teatro y, sobre todo, el hecho real en que se inspira me hacen recordar que ser hombre es ser libre, y que el sentido de la historia es que nos convirtamos realmente en hombres. Las palabras de Allende mirando fijamente dos piedras o monologando con un fusil me hacen saber una y otra vez que los héroes pueden morir y ser escarnecidos y derrotados muchas veces. Lo que nunca muere son los principios que hacen hombre al hombre y dignifican la condición humana.
-Tal vez… -me miró y otra vez volvió a la observación de las piedras.- Pero si de un momento a otro, todo está acabado, hay que saber responder como hombre.
Volvió a monologar:
-De la Puente parece a Francisco de Asís entregando todos sus bienes a los pobres antes de salir a cumplir su misión. Se parece a don Quijote embistiendo lanza en mano contra un mundo injusto. Fue vencido. Como el uno y el otro fue vencido…
Los ojos de los vencidos
En ese momento, levantó la vista hacia mí.
-¿Le parezco pesimista, compañero? Cuando tenga más años, se dará cuenta de que los vencidos tienen un papel determinante en la historia. Los combates por la liberación se inspiran en el sacrificio de los pueblos arrasados, de las generaciones derrotadas, de los asombrosos mártires que marchan hacia el sacrificio. Cristo es el primero de una larga lista.
Calló un momento:
-¿Y en América Latina? ¿No le dicen algo los nombres de Cuahtemoc, de José Martí? … Y los indios masacrados durante trescientos años y levantándose a morir al lado de Túpac Amaru.
Mientras me hablaba, recordé a Zapata y a Sandino, ..Quise mencionar sus nombres, pero ya Allende estaba recordando un poema de “Alturas de Macchu Picchu”. Se lo sabía de memoria:
-“Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados…”
Ésta es mi imagen de Allende y la que Rodolfo Quebleen perpetúa en el monólogo. En mis recuerdos, el valiente chileno habla con las piedras y mira la historia con los ojos de los muertos. Ahora que se ha esfumado esa mirada, su visión de los vencidos y su propio ejemplo valeroso derraman incansables toda suerte de esperanzas sobre estos tiempos oscuros.
No sé si mi interlocutor había leído a Walter Benjamín, pero las palabras que le recuerdo trasuntan esa filosofía.
-La violencia de los dominadores ha convertido al mundo en un matadero.- me dijo y añadió:
-Por eso, hay que recordar a nuestros vencidos. Mientras su causa no triunfe, siempre será posible un nuevo matadero.
Creo que estuvimos allí más de una hora. Pasó Regis Debray, se sentó a nuestro lado. Después se nos juntó Hilda Gadea de Guevara, pero Allende seguía hablando con las piedras. Por fin, arribaron las personas que estábamos esperando, y nos despedimos.
En la escena teatral de Quebleen, el presidente de Chile habla por teléfono con el Almirante Carvajal, con su hija Beatriz, con su secretaria, y por fin, con el general Baeza, uno de los sitiadores, a quien le ordena que deje salir a las mujeres. Por fin, habla con su Kalashnikov, y todo el acto teatral se sostiene sobre la mirada del hombre su monólogo con un fusil.
Tal vez la proximidad de la muerte le confiere una lucidez asombrosa. De pronto dice algo que solo se ha sabido muchos años después:
-Nixon y Kissinger ya habrán anunciado que fueron sorprendidos por la noticia… Por supuesto que fueron sorprendidos… El golpe estalló diez minutos antes de la hora ordenada por ellos.
Fue exactamente así. Lo revelan hoy los documentos de la CIA abiertos a todo el mundo treinta años después del crimen.
Confieso que siempre me ha resultado difícil entender la muerte de Allende o la del Che, la persecución y la cárcel de los combatientes por amor a la justicia y a la verdadera libertad.
Sin embargo esta obra de teatro y, sobre todo, el hecho real en que se inspira me hacen recordar que ser hombre es ser libre, y que el sentido de la historia es que nos convirtamos realmente en hombres. Las palabras de Allende mirando fijamente dos piedras o monologando con un fusil me hacen saber una y otra vez que los héroes pueden morir y ser escarnecidos y derrotados muchas veces. Lo que nunca muere son los principios que hacen hombre al hombre y dignifican la condición humana.
DILE QUE SOY LUCERO
Antonio Escobar Mendìvez
Si su lengua modula el camino de mis pasos,
responde que soy vuelo de pelícano:
una ola de ausencia,
las playas mojadas de silencio,
un mudo ruiseñor sobre la rosa,
un nido abandonado entre las sombras.
Si llega con sus pasos musicales,
enséñale la luna de mis penas
el tembloroso oasis de mis ojos
goteando rocío de tristeza.
La risa se ha escondido en los jardines
entre la soledad y las auroras,
esquivando espinas y tormento,
orillando el dolor con manos tiernas.
Las horas son menudas espadas
borrando su hermosura.
Si el crepúsculo indaga mi partida,
responde con el viento,
que soy hoja de otoño,
un suspiro volando al infinito.
Inventa lo que quieras.
Dile que soy lucero.
Di que he muerto.
Si su lengua modula el camino de mis pasos,
responde que soy vuelo de pelícano:
una ola de ausencia,
las playas mojadas de silencio,
un mudo ruiseñor sobre la rosa,
un nido abandonado entre las sombras.
Si llega con sus pasos musicales,
enséñale la luna de mis penas
el tembloroso oasis de mis ojos
goteando rocío de tristeza.
La risa se ha escondido en los jardines
entre la soledad y las auroras,
esquivando espinas y tormento,
orillando el dolor con manos tiernas.
Las horas son menudas espadas
borrando su hermosura.
Si el crepúsculo indaga mi partida,
responde con el viento,
que soy hoja de otoño,
un suspiro volando al infinito.
Inventa lo que quieras.
Dile que soy lucero.
Di que he muerto.
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