martes, 24 de abril de 2007

EL SONETO ALARCONÉS

Por Diómedes Morales Salazar

La edición de “La casa que habito cuando canto” (1), poemario de Alberto Alarcón (Piura, 1949), es motivo para reflexionar sobre el amor, pues los 28 sonetos y su colofón son de esencia romántica. Añadidos los cuatro de “Un ciego ante el resplandor” (2), su libro anterior, y los dos encontrados en “Puntos de Clase”, la Revista de Creación y Debate (Nos. 2 y 5 de 1979 y 1980 respectivamente) del Grupo Intelectual Primero de Mayo, al cual perteneció. Deduciéndose que su preferencia por el soneto data de aquellos años, como data también las características de su temática amorosa: poética lírica revestida del concepto del arte por el arte y de la solvencia exquisita de la espiritualidad.
Precisamente a ésa época pertenece éste soneto, que dice: “Enséñame el amor sin ritos ni ventanas,/ el de los ferroviarios y el de las lavanderas,/ con ese amor quisiera dormirme en tus palabras,/ con ese amarte y andar bajo las yerbas,/ andar como anda el agua: cantando y repartiendo/ sus cántaros silvestres, sus anchas primaveras./ Ya nada necesito sin este amor sencillo,/ sino esta sombra en donde sólo tú clareas;/ tú y yo somos la casa, tú y yo lo compartido,/ dos manos o dos pájaros borrando sus fronteras./ Enséñame el amor, la oscuridad vencida,/ y puebla con tus labios estas quemantes cestas:/ Quiero entregarle a todos tu boca repartida/ en multitud de rosas gritando que son nuestras” (Poema, p. S/N), donde afloran los sentimientos de libertad, fraternidad, complacencia e ideal, pues “tú y yo somos la casa, tú y yo lo compartido”.
Así, “la casa que habito cuando canto”, de aquélla época, es el amor que está “como dos pájaros borrando sus fronteras”, y “con ese amor quisiera dormirme en tus palabras”, pues soy la “sombra en donde sólo tú clareas”. Y en su nuevo poemario dice, por ejemplo: “Mira esta flor que me brotó en la mano/ con apenas posarla en tu cintura;/ espejo de mi tacto que procura/ copiar de ti la voluntad del grano./ Suma y forma esos pétalos del llano/ palpablemente cóncavo y la albura/ misteriosa: trasunto, quemadura/ de otra flor y otro cuerpo en otra mano./ La miro arder como la vio el primero/ de los hombres arder sobre el brasero/ del mundo, crepitante en su redoma./ Pero nunca la tengo: se me vuela,/ pues a veces no es flor sino gacela/ y otras veces -las más- una paloma” (Soneto 4, p. S/N).
Esta exaltación amorosa que celebra apenas la emotividad del tacto, es una demostración más de la abstracción sentimental que produce el ser físico en la conciencia real del receptor, como sostiene el conocimiento dialéctico. Pero esta abstracción sentimental producida en el ser masculino al contacto con el femenino, no se expresa, como suponen los idealistas metafísicos, en espíritu abstracto, informe e inmaterial, sino, precisamente, en todo lo contrario, pues “esta flor que me brotó en la mano/ con apenas posarla en tu cintura”, es la metáfora objetiva que “Suma y forma esos pétalos del llano”, cuya “albura/ misteriosa: trasunto, quemadura/ de otra flor y otro cuerpo en otra mano”, es el proceso dialéctico de cualificación producido por los saltos de la cantidad a la calidad; empero, para el simple común mortal, es todavía un “misterio”; o, como dice el poeta, una “albura/ misteriosa”; y, en todo caso, un milagro, porque “la miro arder como la vio el primero/ de los hombres arder sobre el brasero/ del mundo, crepitante en su redoma”.
Más, Alarcón, proclive siempre a su ambivalencia sentimental, debido quizás a una respuesta amorosa también ambivalente, termina afirmando que esa flor que le brotó en la mano “nunca” la tuvo, “pues a veces no es flor sino gacela/ y otras veces -las más- una paloma”. Así, ese romance emotivo que celebra al principio el poeta, se le escapa. Pero “Tocarte, ir por tu piel como va el ave/ sobre el viento ondulante del ocaso;/ no tener singladura, anclas ni lazo;/ ir por ti solamente, ser la nave/ sin rumbo de aquel dios que nunca sabe/ las aguas ni el confin que ha roturado/ y ser bajo esa barca el pez dorado/ que entra y sale de ti, ser esa nave,/ el vuelo de unos pájaros, la llama/ del amor que fulgura en la soflama/ de tu cuerpo sin mancha y lo rebela:/ costas de luna inmóvil donde habita/ el fuego, el tulipan, donde dormita/ una oscura calandria que no vuela” (Soneto 2, p. S/N), desmiente dicha afirmación, porque sí la tiene, pero no para siempre, sino sólo para ser “el pez dorado/ que entra y sale de ti” como “aquel dios que nunca sabe/ las aguas ni el confin que ha roturado”.
Y esta brevedad del amor que propicia sólo el placer erótico y el deleite subjetivo de la pareja es lo que tramonta la barrera de la libertad, pues “no tener singladura, ancla ni lazo”, no sólo permite “ir por ti solamente”, sino también conocer las “costas de la luna inmóvil donde habita/ el fuego, el tulipan, donde dormita/ una oscura calandria que no vuela”. Deduciéndose así que la poética de Alberto Alarcón es casi una perpetua contradicción de luz y sombra, de movimiento y quietud, de poseer y no tener lo poseído, de libertad y divagación “sin rumbo de aquel dios que nunca sabe/ las aguas ni el confin que ha roturado”. Por eso, este ser material, que como tal sabe “Tocarte, ir por tu piel como va el ave/ sobre el viento ondulante del ocaso”, al espiritualizarse para habitar otro mundo inmaterial, dice: “Este espacio en mi lecho es un abismo/ si no estas a mi lado cuando duermo,/ es un hueco sin fondo, un aire yermo/ donde faltas... y falto hasta yo mismo” (Soneto 27, p. S/N).
Pero este afán de evadirse de la realidad frecuentemente es también una contradicción existente entre lo circunstancial y lo general, entre el ser mortal y el ser inmortal de “aquel dios que nunca sabe/ las aguas ni el confin que ha roturado”, porque su dialéctica metafísica, romántica divagante y agnóstica espiritualista, partidaria del arte por el arte, ama sólo la pureza del verbo, quiere sólo el sentimiento apropiado del ser querido, donde no busca el amor a plenitud, sino sólo el placer erótico, para “ir por tu piel como va el ave/ sobre el viento ondulante del ocaso”. Pues “Soy la luna y su vago desconcierto,/ el que vuelve a nacer si te desnudas./ Sólo no sé quién soy y tengo dudas/ cuando el aire es el aire y no tu cuerpo./ No conozco otra playa ni otro puerto,/ ni barcas en la mar más que las tuyas./ Si el alba es una más entre las grullas/ es por ti, por la lumbre de tu cuerpo,/ por los pámpanos breves, por las pomas/ que duermen congregadas sobre el monte/ de tus muslos. Y aun la noche es plena/ porque enciende tu cuerpo y lo encadena/ a mi cuerpo, y nos vuelve el horizonte” (Soneto 11, p. S/N).
Así, tenemos ya ante nosotros otra contradicción, entre el acto sexual que prefiere el poeta y el amor a plenitud que lo descarta; quizás porque ello implica no sólo un compromiso sentimental más profundo con la pareja, sino también un compromiso social basado en las relaciones humanas de la sociedad en que se vive, con todas sus implicancias familiares, económicas, políticas y sociales. Vínculo del cual se evade a toda costa para ser “aquel dios que nunca sabe/ las aguas ni el confin que ha roturado”. Y confiesa que “Me da miedo el amor, viene y me toca/ con sus yemas de acanto todavía./ Me dan miedo su flor y su porfía,/ y esto que hace volar sobre mi boca./ Y esto que hace volar sobre mi boca/ me espanta tanto porque no sabría/ decir si es algo semejante al día/ o a la noche. Amor no es cosa poca./ No ha de serlo, pues todo desordena./ Nos vuelve viento, innumerable arena/ huyendo con el viento. Nadie sabe/ lo que quiere el amor cuando nos toca. Si es nave busca, por doquier, su roca./ Si es roca espera,/ sin temor, su nave” (Soneto 9, p. S/N).
Sucede entonces que Alberto Alarcón vive inmerso en su lucha terrorífica contra el amor, no sólo porque doctrinariamente es irreligioso y habitualmente está contra todo vínculo social que conduzca a compromiso sentimental o responsabilidad social, sino también porque su romanticismo divagante se confronta con su espiritualidad libre de toda atadura física y sentimental. Por eso, ese amor que le da miedo, que “viene y me toca/ con sus yemas de acanto todavía”, sólo se reduce al placer genital, pues “Hay un lugar real donde se acaba/ para siempre el amor, postrera nave./ Hay un puerto confuso en que no cabe/ un beso más y el corazón se traba:/ herrumbroso cerrojo. Hay una esquina/ donde dobla el amor hacia el pasado./ A esa esquina, tú y yo, hemos llegado;/ ángulo torvo a cuyos pies trasmina/ el olor de tu ausencia en cada cosa./ Ya no te tengo más. Alguien desbroza/ el sitio de tu sombra en mi costado./ Es inútil buscarte en lo que miro./ Bien sé que ya no estás y que deliro/ con el agua de un cántaro quebrado” (Soneto 17, p. S/N).
Vemos entonces que Alarcón lucha contra el amor, no por el placer genital que le procura, ni sólo porque es una atadura sentimental, sino precisamente porque no es eterno, como afirman los cristianos, para quienes el amor es absoluto, como Dios, que no se ve ni se toca pero se siente, porque ellos creen en verdad que Dios es Amor; y como el poeta sabe bien que “Hay un lugar real donde se acaba/ para siempre el amor”, entiende que también Dios es temporal, relativo al amor genital, a “aquel dios que nunca sabe/ las aguas ni el confin que ha roturado”. He ahí su irreverencia, su desamor al amor y a Dios mismo, por su relatividad. Y porque además, “Me da miedo su flor y su porfía” que “me espanta tanto porque no sabría/ decir si es algo semejante al día/ o a la noche. Amor no es cosa poca./ No ha de serlo, pues todo desordena”. Así, este amor ciego, terrorífico, que toda desordena, es enemigo convicto y confeso del poeta, porque además “Nos vuelve viento, innumerable arena”. Y él ama la eternidad, la divagación espiritual del agnóstico que es en resumidas cuentas.
Por eso, “Hay días en que anhela mi memoria/ azuzar sobre el tiempo y su pavesa,/ el racimo que fuiste en mi tristeza/ o el cántaro baldío que a la noria/ del amor me llegó sobre tus hombros./ Vano anhelo: ni el aire de tu risa/ vuela ya en la pretérita ceniza/ donde fuimos los dos arduos escombros./ Nada tengo de ti. Nada me queda./ Estás allá donde a salir te veda/ la muerte del amor que es muerte infame,/ allá donde unos pájaros que han sido,/ son aún y serán el torvo olvido/ no consienten siquiera que te llame” (Soneto 19, p. S/N). ¿Así que “la muerte del amor es muerte infame”? Empero, recordarla es “Vano anhelo”. Y “Me acompañas, tristeza, me acompañas,/ con tu corte de símbolos: ayeres,/ gaviotas, muelles lánguidos, mujeres/ y un cuarto abandonado con arañas./ Sin embargo, tristeza, no me dañas./ Te busco en la penumbra tal como eres./ ¿No es hermoso soñar que me prefieres/ a los tantos poetas que acompañas?/ Ya no te marches más, ven a mi lado,/ acúname, ángel gris, en tu costado/ y arroja a flor del aire lo que dices:/ Mármol triste, glorietas derruidas:/ palabras tan hermosas prohibidas/ a quienes creen ser o son felices” (Soneto 22, p. S/N).
Este soneto lírico de fidelidad a la tristeza, habla bien de su retorno al pasado, al “cuarto abandonado con arañas”, que es el lugar de sus vivencias con su “corte de símbolos: ayeres,/ gaviotas, muelles lánguidos, mujeres”; pues, heredero y conservador ambientalista de ese pasado romántico clásico, aunque decadente en América y Europa del siglo XIX, y especialmente en España de donde apropia la lírica de Bécquer para depurarla y semejarla a la de Gracilazo, de donde torna con Quevedo y Lope de Vega, anclando otra vez en América, allá por los predios de Delmira Agustini y Juana de Ibarborou, modernizándose, luego, en el Perú, con Martín Adán, ése aguafiestas de la pureza, de la palabra y el arte poética, que afirma muy suelto de huesos que la “Poesía no dice nada:/ Poesía se está callada,/ Escuchando su propia voz”, sin importar si ello es verdad o mentira; pues la pureza, para nosotros, nunca ha estado ni dejará de estar relacionada con todos los elementos materiales y espirituales que constituyen la vida en sociedad. Pero los partidarios de la pureza incontaminada (o sea desligada del vínculo social), de la abstracción metafísica meramente espiritualista (creyendo erróneamente que el espíritu no depende de la materia), se aíslan de la realidad económico-social y divagan (o viajan) a través del pensamiento; el cual, supeditado siempre a la metáfora del contenido y forma de la palabra a poetizar, expresa al fin su contenido figurado del ser u objeto mencionado. Con lo cual la pureza incontaminada o desligada de los elementos existenciales que la forman, no existe; y tampoco puede cualificarse sin ellos.
De ahí que el poeta dice: “Antes de ti, mi frente era un alero/ derruido, un vetusto campanario;/ la trama entre un ramaje perdulario/ y la sombra de un pájaro pampero./ Era triste. Lo sé. Niebla y torrero/ sobre esta torre de doliente faro./ Mi sol era moverse al desamparo/ y mi luna escuchar un “no te quiero”./ Llegaste y tras de ti sentí una espada/ dulcísima: el amor que, iluminada,/ partió mi vida en dos lo ya vivido/ y el tiempo que eras tú en flor abierta./ Pero te fuiste al fin. Un ave muerta/ es hoy mi corazón y yo, su nido” (Soneto 15, p. S/N). Pero no porque el poeta es un nido donde su corazón es un ave muerta, se ha terminado en él el romanticismo divagante, su pasado espiritualista y sin rumbo “de aquel dios que nunca sabe/ las aguas ni el confin que ha roturado”, porque su divinidad, a diferencia de Dios creador del mundo, los seres y las cosas, que se escribe con D mayúscula, la de Alberto Alarcón es con minúscula, debido a que sólo se considera la “sombra en donde sólo tú clareas”, porque “Soy la luna y su vago desconcierto,/ el que vuelve a nacer si te desnudas./ Sólo no sé quién soy y tengo dudas/ cuando el aire es el aire y no tu cuerpo”. Así, su resurrección física y espiritual, a través de su poética, sólo es factible gracias al erotismo, único vínculo social que admite en su existencia.

NOTAS:
1.- La casa que habito cuando canto, Edición de la Mesa de Promoción Editorial de Trujillo, Febrero del 2007.
2.- Un ciego ante el resplandor, Sietevientos Editores, Piura, Noviembre del 2001.

lunes, 9 de abril de 2007

UN POTLUCK CON GEORGE W

Correo de Salem
Por Eduardo González Viaña (*)
Sonó el teléfono y era mi amigo Harry. Comenzó a hablar del clima, la cacería de patos y los partidos de básquetbol. Yo no tenía tiempo para escucharlo y le rogué que fuera al grano.
-¿Al grano?... Pensé que los latinoamericanos eran más amantes de los circunloquios. Bueno, ya que lo quieres, te lo diré: George W quiere que lo invites a cenar en tu casa.
-¿Qué dices? ¿Qué dices? … No se te escucha. Mi teléfono debe estar con problemas. Disculpa, pero voy a colgar…
Colgué y no volví a levantar el fono en toda la tarde. Al día siguiente, Harry me envió una docena de emails con el mismo contenido: “El presidente quiere que lo invites a cenar en tu casa. Está loco porque le expliques cómo tratar a los latinoamericanos.”
No respondí ninguno de los emails, pero tres días más tarde, Harry hizo guardia toda la tarde frente a mi oficina y, por fin, fingió encontrarme de casualidad.
-El presidente dice que no te preocupes por comprar nada. Será un potluck, y él llevará algunos potajes preparados por el cocinero de Guantánamo.
El potluck, como es sabido, es una deliciosa costumbre norteamericana que consiste en que los invitados llevan comida y bebida, y al final se hacen cargo de la limpieza de los platos. Mientras Harry insistía, pensé en los más recientes lugares a los que se hizo invitar George W., y en los desastrosos resultados de sus potlucks.
A la casa presidencial de Brasil llegó con la suculenta oferta de convertir a este país en socio estratégico en la producción de etanol. Sin embargo, a la hora de los postres, cuando el presidente Lula le pidió la eliminación de los aranceles estadounidenses a las importaciones de ese producto, George W. dijo que no, con lo cual todos sus ofrecimientos se convirtieron en platos fríos.
De entrada, Tabaré Vásquez, en Montevideo, le hizo entender que lo había invitado por compromiso y que eso le traería problemas con sus vecinos. Sin embargo, para voltear la tortilla, le reclamó respaldo para los inmigrantes uruguayos en Estados Unidos y, principalmente, incrementos en las cuotas de sus exportaciones al mercado norteamericano. George W. buscó y rebuscó las bolsas que había comprado en “Kentucky Fried Chicken”, pero sólo encontró olorosos “Mcnuggets y french frieds” y no pudo complacer a su anfitrión.
Le tocó después el turno al presidente Uribe. Al Palacio de Nariño, George W. llevó varias humeantes bolsas de Mc.Donalds, pero no le pudo ofrecer apoyo al Acuerdo de Libre Comercio ni la refinanciación del Plan Colombia.
Para no decir que había llegado con las manos vacías, le ofreció asesores, dinero y toda su vasta experiencia para tratar el problema de los Derechos Humanos. Tratándose del responsable de las perversidades de Guantánamo y Abu Ghraib, supongo que los comensales se miraron algo asustados.
No he llegado a saber qué platos llevó a Guatemala, pero su visita coincidió con la brutal detención de casi 300 guatemaltecos que trabajaban en una fábrica de chalecos militares de Massachussets.
En México, George W., tan fino él, llevó unas bolsas con la marca de “Taco bell”, pero aquí, luego de tanta desilusión de sus anteriores anfitriones, ofreció una reforma migratoria. Ojalá no se trate de un plato congelado.
Quien se salvó de su visita fue el encargado de la presidencia en Lima, Alan García. Ello se debe a que, con meses de anticipación y para robarles el show a sus colegas, el líder derechista peruano visitó Washington y se presentó ante George W. como su socio más fiel en el continente. El presidente norteamericano no incluyó Lima en su visita a América Latina porque, obviamente, nadie quiere hacer alianzas estratégicas ni ser invitado a cenar por un socio tan patéticamente fiel. Eso es absolutamente innecesario.
Estaba pensando en todo eso mientras mi amigo Harry insistía.
-Lo siento. El médico me ha declarado alérgico a comer con presidentes- le dije mientras le daba una palmadita en el hombro.
-¡Auch! (ayayay, en castellano)- grito Harry Whittington. Como ustedes recordarán, fue él quien resultó herido luego de una partida de caza y un almuerzo con el Vicepresidente Cheney el año pasado.
Debería terminar este correo diciendo que entonces me desperté, pero eso no es posible. Ciertas comidas, incluso antes de ser ingeridas, producen pesadillas.
(*) egonzalezviana@yahoo.com
Para leer su libro “El corrido de Dante”:
Información sobre “El corrido de Dante” en Amazon.com:

RUMOR DEL HAMBRE

Escribe: Antonio Escobar Mendivez

No sólo la tristeza que habita las colinas
del pobre, no sólo la rabia y el sufrimiento
que guarda en sus bolsillos,
ni las lágrimas,
ni sus pasos cansados,
ni sus manos callosas, sino el rumor del hambre
el rumor de sus tripas sonando,
como truenos,
como piedras cayendo de cerros,
primero lentamente,
lentamente
y después el bullicio.
Rumor que se llanto
en los ojos del pobre
y protesta en los hijos pequeños
que lo sienten viviendo,
latiendo en sus adentros;
pero no saben cómo ni porqué existe el hambre.
Rumor que se hace angustia en la madre,
lágrima quemante en sus ojos dulces,
al escuchar al hijo pidiéndole alimento:
viento frío de muerte,
impotencia,
cuarto cerrado
picana,
cárcel.
Rumor de río creciendo, el hambre, compañera;
viniendo con sus aguas turbias,
cargadas de raíces,
con peces muertos,
con espinas...
y los bolsillos rotos por donde cae mi pena hecha un ovillo.
Pero no sólo el hambre,
no sólo la miseria rondando,
acorralando,
hincando,
también el hombre explotador,
el que genera el hambre,
el que pisa dignidades,
el que dice "¡oye mierda!" al hombre limpio
que gana una miseria de dinero
con sudor y llanto:
el campesino,
el obrero,
el "golondrino"...

Escucha hombre,
el rumor del hambre,
saliendo,
subiendo,
creciendo hacia las playas de la angustia,
avanzando por las calles del mundo,
de los que tienen menos, no de los ricos,
no de los pituquitos que caminan
abrazando a sus novias olorosas;
el hambre, abraza al pobre,
el avaro, sus negras monedas
y crece el rumor del hambre,
hasta los huesos duelen,
el hambre duele.

Cuando el hambre,
ladrando de hambre muerda
a aquellos que no escucharon nuestros gritos,
nuestros ruegos,
nuestros llantos,
harán cola buscando presurosos,
que alguien les vacune su hidrofobia

jueves, 5 de abril de 2007

NOEMIAMOR

ANTONIO ESCOBAR MENDIVEZ

Camarada
tienes la noche prendida en tus ojos
tus ojos amor
como lagos
preñadas de luces y peces
peces saltando alegres en el mar
de tu boca

Noemí
paisaje
donde tengo
canoras
avecillas
mares
ríos
lluvia
árboles
y cielo
guitarra hecha a la medida de mis manos
melodía
sonata
concierto
de mil voces y veces entonadas por aves celestiales
río de aguas serenas
que dibujan el cielo
y sus estrellas
mar lleno de algas
y sirenas
velero donde viajo
donde viaja
mi viejo
corazón
corazón
torcaza mía
Noemíamor

LITERATURA LIBERTEÑA - Perú. CARMEN RIOS DE SANCHEZ

Escribe: Blasco Bazán Vera
Carmen Ríos de Sánchez, nacida en Loreto en 1920 pero radicada en Trujillo desde estudiante de secundaria. Se puede decir que Carmen Ríos es una de las tantas escritoras de nuestro departamento que permanecen en el anonimato. Ella es una preclara cultivadora de las letras. Ahora, los 87 años de vida, podemos notarla lúcida, bonachona y desempeñando con ímpetu de cultura. admirable.
Esta escritora gran amiga de Teresa Guerra García de Rodríguez Nache y de Elia Álvarez del Villar, ha incursionado en el mundo de las letras escribiendo ensayos, teatro, cuentos, historietas, libros de recetas de cocina y repostería.
Fascinante es dar lectura a “Timoteo Selva” donde hay relatos reales de nuestra selva y sus insondables secretos. La calidad de su pluma nos lleva a enfrascarnos en bellas vivencias que Carmen narra con sólida fruición. Aquí en Trujillo, podríamos decir, tenemos a una escritora que relata los hechos de nuestra selva y nos alcanza como el buen mensajero su pan de sabiduría. Qué lozanía en sus relatos. Los niños y adultos disfrutamos de ellos con existencial vehemencia. Carmen Ríos es una escritora que nos endulza con sus cuentos. Los niños al escucharlos se compenetran ante el vívido relato. Hasta el momento ha escrito siete fascículos de donde resaltamos a “El Gusanito y el Frejolito Dormilón”, “La Avispa Pendenciera”, “Mi Corazoncito”, “El Canario Cautivo”, “La Perla Vanidosa” pertenecientes al primer fascículo, en el segundo rescatamos a “Los Patitos en el Día de la Madre”, “Zapatitos Llorones”, “El Piojo y la Hormiga”, “Ilusiones de una Gallinacita”, en el tercer fascículo anotamos a: “Angelitos del Saber”, “El Organito Silvestre”, “Pececito Dorado” y “El Niño Jesús de Huanuco”, en el cuarto fascículo anotamos: “La Muñequita Perdida”, “Fushico el Haragán”, “El Payasito Rufufú”, “El Camaroncito Perezoso”, “Los Sapitos Milly y Mully”, del quinto fascículo: “Los Pollitos de la Gallina Francolina”, “Pedacito de Cielo”, “La Mariposa Plateada”, “Los Conejos Negros”, del sexto fascículo: “El Zorro Disfrazado de Maíz”, “El Grillito Salín”, “La Cangurita Dormilona”, “Vanidades de Chacho y Chachi” y “Libros Viejos”. Del séptimo fascículo resaltamos a: “La Niña y la Boa”, “El Pollito y el Alacrán”, “Trabaja Viejo Trabaja”, “La Gallina Verde” y “Fruta que Nunca Madura”.
Los títulos de cada fascículo son sugerentes y amenos porque cada uno va dirigido a modelar el alma del niño. Carmen Ríos como buena educadora, desea una juventud fuerte y audaz. Sin temores. Decidida. Siempre solvente y cuajada de principios morales. Sus fascículos son, cada uno de ellos, un pequeño evangelio de formación espiritual. Cada uno termina en un consejo. Si bien se dice que el estilo es el hombre, en los libros de Carmen Ríos de Sánchez notamos que cada uno es un cúmulo de salterios que aceran la voluntad del niño preparándolo para la vida.
Gran amiga de Mario Vargas Llosa a quien le ha brindado el apoyo literario cuantas veces el consagrado escritor se lo ha solicitado. Leer los libros de la Ríos es llenarse de plácemes. Nada tenemos que envidiar a los relatos de “Sangama” o “Yacumama” porque basta leer su libro “Timoteo Selva” donde el principal personaje “Timoteo” es tratado con tanta ternura que nos hace vislumbrar estar frente a una escritora que llega al lector con prístina intensidad. Si muchos de nuestros escritores cantan a la puna, los andes, sus cerros y cuanto ellos contienen y nos hacen añorar la helada serranía de nuestra región. Carmen Ríos nos apacigua aquella frialdad con los relatos tropicales de nuestra selva y nos entibia para hacernos pasar sigilosamente y con nata lucidez a bañarnos del suave remanso que nos brinda una lectura. Todos estos libros de Carmen Ríos han sido editados aquí en Trujillo. Jamás dejó de lado las riveras de sus ríos caudalosos de su lugar natal. Vinieron con ella y volvieron a formar torrente en estas tierras liberteñas.

domingo, 1 de abril de 2007

CAMARADA VIOLETA

Correo de Salem
Por Eduardo González Viaña (*)
No es verdad que el Muro de Berlín haya caído y con él se haya acabado el bloque socialista. Lo cierto es que lo echaron abajo miles de trabajadores de la Alemania capitalista empujados por el hambre y ansiosos de entrar de una vez por todas en el paraíso proletario.

En la película “Good bye, Lenin” un joven berlinés inventa esa historia y otras similares con el afán de evitarle un gran dolor a su madre, una dama comunista postrada en el hospital debido a un accidente que la hiciera perder la conciencia semanas antes de los históricos sucesos de Berlín.

Lo recuerdo porque hace pocos meses visité a Violeta Carnero, la vieja luchadora social peruana que acompañara a su esposo, el poeta Gustavo Valcárcel, durante toda una vida en la demanda por la nacionalización del petróleo y de las minas, en el reclamo por tierra para los campesinos, en la exigencia por justas condiciones laborales y en la proclama por libertad sin restricciones para todos. Todas esas luchas se confundieron siempre con el sueño incesante, desmesurado y poético de un futuro mundo socialista en el que “ni pobres ni ricos habrá, y la tierra será un paraíso de toda la humanidad.”

Ninguna de esas luchas fue gratuita. A los Valcárcel, dedicar sus afanes a las causas más generosas les costó una vida de negación de oportunidades y de expulsión de puestos de trabajo al igual que seis temporadas en la cárcel, seis años de exilio, más de veinte de persecución y una sombra de pobreza que rodeó al poeta y que no cesa de perseguir a su amada superviviente. La camarada Violeta vive sola en una torre de San Borja desde que, luego de cincuenta años a su lado, falleciera Gustavo en 1992.

No la había visto desde antes de la disolución de la Unión Soviética. Esperaba, por lo tanto, un piadoso silencio sobre esos sucesos, pero no fue así. El pequeño departamento de Violeta está colmado por afiches con los rostros de Marx, Engels, Lenin, Fidel y el Che Guevara, un poema de Javier Heraud y decenas de pines con la hoz y el martillo y los rostros jubilosos de los cosmonautas soviéticos que llegaran al espacio antes que los norteamericanos.

Violeta estaba radiante. Condenó las guerras de Bush y su ignorancia prepotente y me dijo que todo ello era muestra de que el capitalismo estaba agonizando.

-Ya nadie podrá negar la perversidad intrínseca de este sistema que necesita del genocidio para sobrevivir.

Quise recordarle que la Unión Soviética había dejado de existir y que Cuba era una isla acorralada por la mayor potencia militar de todos los tiempos.

-¿Acorralada? Si ha sobrevivido acorralada durante cincuenta años, eso significa que ha comenzado a vencer.

-Espera un momento, hijito. Voy a poner un poco de música- me pidió y fue a prender una anticuada casetera porque los modernos MP3 todavía no habían llegado a su casa.

Mientras los acordes de la “Internacional” desbordaban la pequeña torre, recordé sin decirle que el Che Guevara había muerto, que Luis de la Puente Uceda había caído y que muchos jóvenes habían entregado su vida o renunciado a su libertad soñando con la letra de esa canción o entonando la que ahora me devolvía el otro pequeño casete:

Una mattina mi son svegliatoO bella ciao, bella ciao, bella ciao ciao ciaoUna mattina mi son svegliatoEo ho trovato l'invasorO partigiano porta mi viaO bella ciao, bella ciao, bella ciao ciao ciaoO partigiano porta mi viaChe mi sento di morir

Ya no escuchaba a Violeta, y a lo mejor tampoco me hallaba en este nuevo milenio en el que los poetas y escritores para ser considerados hombres serios y merecer un sitio en las revistas y en las librerías deben abjurar de sus sueños y de su pasado, llamar dictador a Fidel Castro y condenar como extemporáneas las bravas nacionalizaciones de Evo Morales. Las pilas de la casetera se agotaban y los parlantes roncaban, pero yo seguía escuchando:

Y si yo caigo, en la guerrilla.O bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao.Y si yo caigo, en la guerrilla,coge en tus manos mi fusil.
Cava una fosa en la montaña.O bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao.Cava una fosa en la montañabajo la sombra de una flor.

Sobre la pared, colgaba una reproducción del retrato que le hiciera en México Diego Rivera. Al lado del aparato de música, la autógrafa de un poema que le escribiera Gustavo repetía desde un papel amarillento: “Sobre la almohada, a mi lado / tibio yace tu último sueño/ ahora en cambio la ciudad acoge / tu vehemencia de ola, tu vigilia de amor / recorriendo el pan nuestro / que hoy te lo debemos todos”.

Gustavo falleció durante los días del derrumbe del campo socialista que para él debieron ser particularmente crueles y, sin embargo, como lo ha contado otro buen poeta, Juan Cristóbal, declararía en su testamento que agonizaba con el corazón poblado de flores y de socialismo.

Esas frases y la propia música me recordaron que la derrota del bloque no involucraba necesariamente la del socialismo que, en vez de una opción política, ha sido para mí siempre una dimensión ética y una manera poética de vivir y de morir.

Cuando terminó “O bella ciao”, fallaron las pilas o acaso la casetera se puso en huelga, y recién entonces volví al Tercer Milenio y a la postmodernidad. Violeta me sonreía como si en vez de regresar a estos años, hubiéramos llegado de pronto a los del futuro del triunfo inevitable. Dirigí mi vista a la ventana y la luz del crepúsculo se había tornado en una fascinante aurora roja. Me despedí apresurado.

Esta noche, varios meses después, Rosina Valcárcel , me acaba de decir en un email que su madre acaba de salir de un hospital y que está derrotando a alguna reaccionaria dolencia humana. Recuerdo otra vez a Gustavo: “A las enfermedades no hay que darles tregua, hay que enfrentarlas como a los tiranos, de frente”. Y pienso que a lo mejor todo esto que dicen que es verdad, es pura mentira. El planeta se sigue ladeando hacia la izquierda. Tiene razón el corazón. Tiene razón la vieja bolchevique, la camarada Violeta.


NADA EN ESTE MUNDO DURA

Nada en este mundo dura
fenecen bienes y males,
una triste sepultura
a todos nos hace iguales.

(De la tradición)

La voz, la espiga, la flor,
las aves, peces, gusanos,
la ternura de las manos;
se acaba hasta el amor.
Desaparece el fulgor
de la vida, la ternura,
la alegría, la locura,
el dolor y la riqueza.
No queda ni la pobreza,
nada en este mundo dura.

Se nos extingue la luz,
la salud, el bienestar,
sólo nos queda rezar
para alabar a Jesús.
Carguemos siempre la Cruz
con actos espirituales
y las cosas materiales
compartamos como hermanos.
Para todo ser humano
fenecen bienes y males.

Dejemos en esta tierra
lo mejor de la existencia
para que quede la esencia
y el amor que el alma encierra.
No vivamos en la guerra
de la ansiedad y la locura.
Dejemos mucha ternura
y huellas en el camino,
porque le espera al destino
una triste sepultura.

En los surcos de la vida
aprendamos a sembrar,
el amor, el bienestar
en cada estancia querida.
Las etapas compartidas
nos exoneran de males
y nos hacen más cabales
en toda la humanidad.
Sólo la luz, la bondad
a todos nos hace iguales.