Correo de Salem
Por Eduardo González Viaña (*)
Por Eduardo González Viaña (*)
Sonó el teléfono y era mi amigo Harry. Comenzó a hablar del clima, la cacería de patos y los partidos de básquetbol. Yo no tenía tiempo para escucharlo y le rogué que fuera al grano.
-¿Al grano?... Pensé que los latinoamericanos eran más amantes de los circunloquios. Bueno, ya que lo quieres, te lo diré: George W quiere que lo invites a cenar en tu casa.
-¿Qué dices? ¿Qué dices? … No se te escucha. Mi teléfono debe estar con problemas. Disculpa, pero voy a colgar…
Colgué y no volví a levantar el fono en toda la tarde. Al día siguiente, Harry me envió una docena de emails con el mismo contenido: “El presidente quiere que lo invites a cenar en tu casa. Está loco porque le expliques cómo tratar a los latinoamericanos.”
No respondí ninguno de los emails, pero tres días más tarde, Harry hizo guardia toda la tarde frente a mi oficina y, por fin, fingió encontrarme de casualidad.
-El presidente dice que no te preocupes por comprar nada. Será un potluck, y él llevará algunos potajes preparados por el cocinero de Guantánamo.
El potluck, como es sabido, es una deliciosa costumbre norteamericana que consiste en que los invitados llevan comida y bebida, y al final se hacen cargo de la limpieza de los platos. Mientras Harry insistía, pensé en los más recientes lugares a los que se hizo invitar George W., y en los desastrosos resultados de sus potlucks.
A la casa presidencial de Brasil llegó con la suculenta oferta de convertir a este país en socio estratégico en la producción de etanol. Sin embargo, a la hora de los postres, cuando el presidente Lula le pidió la eliminación de los aranceles estadounidenses a las importaciones de ese producto, George W. dijo que no, con lo cual todos sus ofrecimientos se convirtieron en platos fríos.
De entrada, Tabaré Vásquez, en Montevideo, le hizo entender que lo había invitado por compromiso y que eso le traería problemas con sus vecinos. Sin embargo, para voltear la tortilla, le reclamó respaldo para los inmigrantes uruguayos en Estados Unidos y, principalmente, incrementos en las cuotas de sus exportaciones al mercado norteamericano. George W. buscó y rebuscó las bolsas que había comprado en “Kentucky Fried Chicken”, pero sólo encontró olorosos “Mcnuggets y french frieds” y no pudo complacer a su anfitrión.
Le tocó después el turno al presidente Uribe. Al Palacio de Nariño, George W. llevó varias humeantes bolsas de Mc.Donalds, pero no le pudo ofrecer apoyo al Acuerdo de Libre Comercio ni la refinanciación del Plan Colombia.
Para no decir que había llegado con las manos vacías, le ofreció asesores, dinero y toda su vasta experiencia para tratar el problema de los Derechos Humanos. Tratándose del responsable de las perversidades de Guantánamo y Abu Ghraib, supongo que los comensales se miraron algo asustados.
No he llegado a saber qué platos llevó a Guatemala, pero su visita coincidió con la brutal detención de casi 300 guatemaltecos que trabajaban en una fábrica de chalecos militares de Massachussets.
En México, George W., tan fino él, llevó unas bolsas con la marca de “Taco bell”, pero aquí, luego de tanta desilusión de sus anteriores anfitriones, ofreció una reforma migratoria. Ojalá no se trate de un plato congelado.
Quien se salvó de su visita fue el encargado de la presidencia en Lima, Alan García. Ello se debe a que, con meses de anticipación y para robarles el show a sus colegas, el líder derechista peruano visitó Washington y se presentó ante George W. como su socio más fiel en el continente. El presidente norteamericano no incluyó Lima en su visita a América Latina porque, obviamente, nadie quiere hacer alianzas estratégicas ni ser invitado a cenar por un socio tan patéticamente fiel. Eso es absolutamente innecesario.
Estaba pensando en todo eso mientras mi amigo Harry insistía.
-Lo siento. El médico me ha declarado alérgico a comer con presidentes- le dije mientras le daba una palmadita en el hombro.
-¡Auch! (ayayay, en castellano)- grito Harry Whittington. Como ustedes recordarán, fue él quien resultó herido luego de una partida de caza y un almuerzo con el Vicepresidente Cheney el año pasado.
Debería terminar este correo diciendo que entonces me desperté, pero eso no es posible. Ciertas comidas, incluso antes de ser ingeridas, producen pesadillas.
(*) egonzalezviana@yahoo.com
Para leer su libro “El corrido de Dante”:
Información sobre “El corrido de Dante” en Amazon.com:
-¿Al grano?... Pensé que los latinoamericanos eran más amantes de los circunloquios. Bueno, ya que lo quieres, te lo diré: George W quiere que lo invites a cenar en tu casa.
-¿Qué dices? ¿Qué dices? … No se te escucha. Mi teléfono debe estar con problemas. Disculpa, pero voy a colgar…
Colgué y no volví a levantar el fono en toda la tarde. Al día siguiente, Harry me envió una docena de emails con el mismo contenido: “El presidente quiere que lo invites a cenar en tu casa. Está loco porque le expliques cómo tratar a los latinoamericanos.”
No respondí ninguno de los emails, pero tres días más tarde, Harry hizo guardia toda la tarde frente a mi oficina y, por fin, fingió encontrarme de casualidad.
-El presidente dice que no te preocupes por comprar nada. Será un potluck, y él llevará algunos potajes preparados por el cocinero de Guantánamo.
El potluck, como es sabido, es una deliciosa costumbre norteamericana que consiste en que los invitados llevan comida y bebida, y al final se hacen cargo de la limpieza de los platos. Mientras Harry insistía, pensé en los más recientes lugares a los que se hizo invitar George W., y en los desastrosos resultados de sus potlucks.
A la casa presidencial de Brasil llegó con la suculenta oferta de convertir a este país en socio estratégico en la producción de etanol. Sin embargo, a la hora de los postres, cuando el presidente Lula le pidió la eliminación de los aranceles estadounidenses a las importaciones de ese producto, George W. dijo que no, con lo cual todos sus ofrecimientos se convirtieron en platos fríos.
De entrada, Tabaré Vásquez, en Montevideo, le hizo entender que lo había invitado por compromiso y que eso le traería problemas con sus vecinos. Sin embargo, para voltear la tortilla, le reclamó respaldo para los inmigrantes uruguayos en Estados Unidos y, principalmente, incrementos en las cuotas de sus exportaciones al mercado norteamericano. George W. buscó y rebuscó las bolsas que había comprado en “Kentucky Fried Chicken”, pero sólo encontró olorosos “Mcnuggets y french frieds” y no pudo complacer a su anfitrión.
Le tocó después el turno al presidente Uribe. Al Palacio de Nariño, George W. llevó varias humeantes bolsas de Mc.Donalds, pero no le pudo ofrecer apoyo al Acuerdo de Libre Comercio ni la refinanciación del Plan Colombia.
Para no decir que había llegado con las manos vacías, le ofreció asesores, dinero y toda su vasta experiencia para tratar el problema de los Derechos Humanos. Tratándose del responsable de las perversidades de Guantánamo y Abu Ghraib, supongo que los comensales se miraron algo asustados.
No he llegado a saber qué platos llevó a Guatemala, pero su visita coincidió con la brutal detención de casi 300 guatemaltecos que trabajaban en una fábrica de chalecos militares de Massachussets.
En México, George W., tan fino él, llevó unas bolsas con la marca de “Taco bell”, pero aquí, luego de tanta desilusión de sus anteriores anfitriones, ofreció una reforma migratoria. Ojalá no se trate de un plato congelado.
Quien se salvó de su visita fue el encargado de la presidencia en Lima, Alan García. Ello se debe a que, con meses de anticipación y para robarles el show a sus colegas, el líder derechista peruano visitó Washington y se presentó ante George W. como su socio más fiel en el continente. El presidente norteamericano no incluyó Lima en su visita a América Latina porque, obviamente, nadie quiere hacer alianzas estratégicas ni ser invitado a cenar por un socio tan patéticamente fiel. Eso es absolutamente innecesario.
Estaba pensando en todo eso mientras mi amigo Harry insistía.
-Lo siento. El médico me ha declarado alérgico a comer con presidentes- le dije mientras le daba una palmadita en el hombro.
-¡Auch! (ayayay, en castellano)- grito Harry Whittington. Como ustedes recordarán, fue él quien resultó herido luego de una partida de caza y un almuerzo con el Vicepresidente Cheney el año pasado.
Debería terminar este correo diciendo que entonces me desperté, pero eso no es posible. Ciertas comidas, incluso antes de ser ingeridas, producen pesadillas.
(*) egonzalezviana@yahoo.com
Para leer su libro “El corrido de Dante”:
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