Antonio EScoabr Mendívez
El mar nos acogió con un festín de olas,
escuchamos las voces de los peces
como cantos de amor al universo.
Escuché ebriamente tus palabras,
aleteo de guanayes tiernos,
mirando rubricar en el cielo,
a pardelas alegres,
la eternidad del beso.
Loco de caracolas y sardinas
guardé el cielo en mi alma,
revisando aberturas para que no saliera;
dibujé con las nubes mi destino,
roturé tu jardín para sembrar estrellas
y cosechar tu luz en mis ensueños.
Fui dichoso cual árbol
poblado de aves y de nidos,
echando mis raíces en tu alma
incendiada de ternura.
Caminamos como el sol con el día,
robándole al amor su claridad sagrada,
su risa desgranada al mediodía,
con la esperanza de ser como la brisa
o la bondad del pan
en la boquita trémula de un niño.
viernes, 31 de agosto de 2007
miércoles, 29 de agosto de 2007
OCTAVIO POLO BRICEÑO
Letras Liberteñas
Escribe: Blasco Bazán Vera,blascobv@hotmail.com
Octavio Polo Briceño, nació en Cajabamba el 9 de julio de 1928. Hijo de Santiago Polo Rodríguez y Rosario Briceño Osorio, autodidacta. Llegó a Pacasmayo a residir desde 1959 a la fecha. Pertenece a la Iglesia Evangélica Bautista donde fue su Pastor. Escribió desde muy niño su cuento “La Pluma” que le devino muchas satisfacciones. Incansable lector e investigador. Sencillo y ameno. Su Biblioteca Particular ha sido visitada por casi todo Pacasmayo, pues, caso curioso, digamos mejor, anecdótico, hasta 1985, en toda la provincia de Pacasmayo no ha habido una Biblioteca más rica en bibliografía que la de el Pastor Polo Briceño. Casado con la distinguida norteamericana dama y escritora Grace Wood Vannetta y padre de Juan, Esteban y Felipe que destacan en diversos campos del saber.
Ha publicado en 1975 “Estampas Pacasmayinas” donde con pluma fácil y atinada describe los personajes más representativos del folclor del distrito de Pacasmayo. Luego en 1978 edita su libro “Pacasmayo Histórico” donde nos brinda con lujo de detalles, datos inquietantes del antiguo Pacasmayo resaltando sus figuras más encarnadas y dándonos nuevos y señeros datos históricos a granel.
Octavio Polo Briceño, de estatura más baja que alta. De hablar sosegado. Amigo hasta lo máximo. Inteligente. Presto a solucionar las inquietudes estudiantiles de todos los que visitaban su biblioteca familiar, jamás le importo alguna retribución. Sirvió a todos con la misma humildad de los nacidos para ser grandes.
Siempre ruiseño y no siempre dicharachero. Infinidad de estudiosos lo visitaron constantemente y para todos hubo satisfacción a sus expectaciones. Don Octavio fue un manojo de bondad y se dio tiempo para todo. Los domingos cerraba la biblioteca del saber y se abría La Casa de Dios que el pastoreaba. Lo curioso era observar que sus fieles después de culminada la conversación con Dios, se quedaban a disfrutar de los múltiples e interesantes juegos que contenía su recordada biblioteca.
Allí, pacientemente fue dando forma a sus libros que luego salidos a luz disfrutábamos en demasía. Por las tardes y hasta altas horas de la noche la biblioteca semejábase un colmenar. Octavio Polo, se abastecía para todos y discreto apuntaba para comprar, de su bolsillo, el libro que faltaba.
Sin duda alguna, este distinguido escritor, había nacido para servir, y lo hizo con creces pues todo Pacasmayo y alrededores lo recuerdan con cierta reverencia y sí con demasiada gratitud.
En honor a su destacada labor literaria y desinteresado apoyo a la educación que nuestro escritor brindó a la juventud estudiosa pacasmayina, el año 1996 la Honorable Municipalidad Distrital de Pacasmayo, edificó un moderno local destinado a funcionar como biblioteca y en brillante acuerdo, designó que la flamante Biblioteca Pacasmayina lleve por nombre “Octavio Polo Briceño”.
Nuestro literato ha publicado: “Pacasmayo” en VI Tomos, “Estampas Pacasmayinas” y “Pacasmayo Histórico”. Octavio Polo falleció el año 2005. www.blascobazan.blogspot.com
INAUGURACION DEL AMOR
Antonio Escobar Mendívez
Mis pasos te buscaron
entre la suave aurora y el silencio.
Imaginé tus ojos como estrellas
titilando a lo lejos
mirando otros paisajes
y otros cielos
deshojando aromas de geranios y azucenas.
Mi ternura arrancaba a la miseria
sus espinas malignas
y mis zapatos rotos,
sonreían alegres
a mis camisas tristes.
¿Qué hacías,
entre tanto,
sin saber de mi aliento?
¿Diseñabas un futuro celeste
caminando hacia el cielo?
Tu infancia se mecía en la risa del tiempo,
bajo la sombra amada de la dicha.
Eran lisos guijarros
mis pisadas
sedientas de tus pasos.
Eras agua de lluvia
tintineando mis tierras.
El sol estaba inmenso y carcajeante
al mediodía del beso.
Mayo nos dio sus rosas
y su jardín entero
para el canto del alma,
mientras se desbordaban los luceros
en las noches serenas.
Hablaban nuestras manos
recorriendo los días,
por el desfiladero de la dicha
y se posó en tu boca
una gaviota alegre
con aliento de mar
y blancura de olas.
Te pedí que te quedes,
sembrada en mi destino,
para que nazca el fruto
de la lluvia y la tierra.
Mis pasos te buscaron
entre la suave aurora y el silencio.
Imaginé tus ojos como estrellas
titilando a lo lejos
mirando otros paisajes
y otros cielos
deshojando aromas de geranios y azucenas.
Mi ternura arrancaba a la miseria
sus espinas malignas
y mis zapatos rotos,
sonreían alegres
a mis camisas tristes.
¿Qué hacías,
entre tanto,
sin saber de mi aliento?
¿Diseñabas un futuro celeste
caminando hacia el cielo?
Tu infancia se mecía en la risa del tiempo,
bajo la sombra amada de la dicha.
Eran lisos guijarros
mis pisadas
sedientas de tus pasos.
Eras agua de lluvia
tintineando mis tierras.
El sol estaba inmenso y carcajeante
al mediodía del beso.
Mayo nos dio sus rosas
y su jardín entero
para el canto del alma,
mientras se desbordaban los luceros
en las noches serenas.
Hablaban nuestras manos
recorriendo los días,
por el desfiladero de la dicha
y se posó en tu boca
una gaviota alegre
con aliento de mar
y blancura de olas.
Te pedí que te quedes,
sembrada en mi destino,
para que nazca el fruto
de la lluvia y la tierra.
martes, 28 de agosto de 2007
INCENDIO DE AMOR
Antonio Escobar Mendivez
El hogar es fogón lleno de aromas,
maderas encendidas,
con rescoldo de pasos
y cariño.
Pasean por allí besos sonrientes,
sumándole más leños a sus llamas.
El corazón se nutre de su fuego,
incendiando de amor
sus laberintos.
Cada uno es un aire que lo atiza:
Los hijos, la mujer, los hijos de los hijos
y se convierte en árbol,
en mar lleno de peces,
en aves que se alejan y regresan.
Este fogón jamás será cenizas.
Sus brasas seguirán
siendo luceros.
El hogar es fogón lleno de aromas,
maderas encendidas,
con rescoldo de pasos
y cariño.
Pasean por allí besos sonrientes,
sumándole más leños a sus llamas.
El corazón se nutre de su fuego,
incendiando de amor
sus laberintos.
Cada uno es un aire que lo atiza:
Los hijos, la mujer, los hijos de los hijos
y se convierte en árbol,
en mar lleno de peces,
en aves que se alejan y regresan.
Este fogón jamás será cenizas.
Sus brasas seguirán
siendo luceros.
viernes, 24 de agosto de 2007
LOS SANTOS TIENEN HOY MUCHO TRABAJO
CORREO DE SALEM
Por Eduardo González Viaña
Hay tantos santos en el Perú que, cuando un peruano muere, el cielo debe de resultarle más o menos familiar.
Comencemos en 1581. Ese año llegó al Perú un nuevo arzobispo, Toribio de Mogrovejo, quien de inmediato se dedicó a realizar visitas pastorales. Un poco más arriba de Lima, en Quives, confirmó a una niña muy bonita de nombre Isabel Flores de Oliva (1586-1617). Rosita, como la llamaban, regresó luego a la Ciudad de los Reyes con sus padres para residir en el barrio de San Sebastián. En esa misma parroquia, había sido bautizado seis años antes Martín de Porras.
Martín tenía un gran amigo en la Recoleta de Santa María Magdalena, cuyo nombre era Juan Macías. Juntos escuchaban la prédica de un verboso franciscano llamado Francisco Solano. Los cinco, Toribio, Rosa, Martín, Juan y Francisco, subieron a los altares y fueron los primeros santos del Perú.
Fueron los primeros, pero no los únicos. Durante el paso del siglo dieciséis al diecisiete, decenas de mujeres se encerraban en sus casas, hacían prolongados ayunos, se azotaban y vivían en permanente oración dedicadas a la vida contemplativa.
La Santa Inquisición, sin embargo, no hacía distingos entre santos y pecadores. De la misma forma que perseguía a supuestos herejes, judíos, fornicadores, brujas, lisurientos e incluso a los dormilones que no iban a misa, sospechaba también de quienes exageraban las prácticas cristianas fuera del convento.
Muchas de las beatas contemplativas fueron empujadas a espantables cárceles y torturadas hasta la muerte para que declararan que no era Jesús sino el demonio a quien rezaban. Los inquisidores no querían que la iglesia perdiera la exclusividad ni el liderazgo en los rituales, y fue por ello que incluso Santa Rosa fue investigada.
La crucifixión, el potro de estiramiento, la quemadura de pies y el entierro subterráneo fueron aplicados con tanto dispendio que casi siempre se lograron las confesiones autoinculpatorias. En la hoguera y a fuego lento de leña verde fue quemada una pobre mujer quien suponía ir a misa desde su casa hasta la Iglesia de la Merced, levitando...
No sólo la Colonia nos ha deparado santos. En el Perú, como en otros países de similar ancestro, hay misticismo en todas partes. La religiosidad alternativa aparece en el panteón y en los caminos, y se apodera de un espacio paralelo al de los cultos tradicionales de las iglesias establecidas. La mezcla de las religiones indígenas con la africana y la católica produce una creencia que devora y hasta una necesidad de santos, fuera de los linderos de la iglesia oficial. Los peruanos son místicos y lo han sido siempre a pesar de su inquisición criminal y de sus arzobispos.
Sarita Colonia es un ejemplo. No será canonizada. No cumple con las exigencias sociales o raciales para ello. Sin embargo, un pueblo pobre entre los más pobres del mundo la ha declarado santa, y lo es de quienes más necesitan y no tienen acceso a un abogado sobrenatural, los pobres, los presos, los ladrones, las prostitutas, los desocupados, y en estos días los clandestinos y asombrosos inmigrantes.
En los accesos subrepticios a los Estados Unidos, muchas personas con identidad falsa aprietan en la mano el dije de Sarita o tienen un escapulario suyo cosido a su ropa interior, y confían en que Sarita los ayudará a pasar sin ser advertidos.
Los devotos de Sarita, de la Difunta Correa, el Gaucho Gil, la Santa Muerte y Jesús Malverde, del Perú, Argentina y México saben que sus santos los volverán invisibles cuando en el desierto de Arizona sean perseguidos a muerte por los malditos “Patriots”, unos paramilitares racistas que se creen encargados de guardar la pureza racial de los Estados Unidos.
Son tan pobres que a veces no tienen imagen. De Sarita sólo se conserva la ampliación de una niña menuda en un retrato de familia. El letrista de los “Tigres del Norte” solicitó en México que le hicieran una estatua de San Jesús Malverde.
-Pos resulta que no sé cómo era el difunto.
-No importa. Hágalo nomás con la cara de Pedro Infante.
No tienen imagen, no tienen historia. Pero pertenecen a un pueblo cuya larga espera lo ha convertido en santo. En estos días, todos los santos tienen un trabajo inmenso.
Amigos del CORREO: Los invito a ver el video entrevista que Centro literario de Florida y Univisión me hacen a propósito de “El corrido de Dante”. Hagan clic en:
http://www.literart.com/cor.htm
Por Eduardo González Viaña
Hay tantos santos en el Perú que, cuando un peruano muere, el cielo debe de resultarle más o menos familiar.
Comencemos en 1581. Ese año llegó al Perú un nuevo arzobispo, Toribio de Mogrovejo, quien de inmediato se dedicó a realizar visitas pastorales. Un poco más arriba de Lima, en Quives, confirmó a una niña muy bonita de nombre Isabel Flores de Oliva (1586-1617). Rosita, como la llamaban, regresó luego a la Ciudad de los Reyes con sus padres para residir en el barrio de San Sebastián. En esa misma parroquia, había sido bautizado seis años antes Martín de Porras.
Martín tenía un gran amigo en la Recoleta de Santa María Magdalena, cuyo nombre era Juan Macías. Juntos escuchaban la prédica de un verboso franciscano llamado Francisco Solano. Los cinco, Toribio, Rosa, Martín, Juan y Francisco, subieron a los altares y fueron los primeros santos del Perú.
Fueron los primeros, pero no los únicos. Durante el paso del siglo dieciséis al diecisiete, decenas de mujeres se encerraban en sus casas, hacían prolongados ayunos, se azotaban y vivían en permanente oración dedicadas a la vida contemplativa.
La Santa Inquisición, sin embargo, no hacía distingos entre santos y pecadores. De la misma forma que perseguía a supuestos herejes, judíos, fornicadores, brujas, lisurientos e incluso a los dormilones que no iban a misa, sospechaba también de quienes exageraban las prácticas cristianas fuera del convento.
Muchas de las beatas contemplativas fueron empujadas a espantables cárceles y torturadas hasta la muerte para que declararan que no era Jesús sino el demonio a quien rezaban. Los inquisidores no querían que la iglesia perdiera la exclusividad ni el liderazgo en los rituales, y fue por ello que incluso Santa Rosa fue investigada.
La crucifixión, el potro de estiramiento, la quemadura de pies y el entierro subterráneo fueron aplicados con tanto dispendio que casi siempre se lograron las confesiones autoinculpatorias. En la hoguera y a fuego lento de leña verde fue quemada una pobre mujer quien suponía ir a misa desde su casa hasta la Iglesia de la Merced, levitando...
No sólo la Colonia nos ha deparado santos. En el Perú, como en otros países de similar ancestro, hay misticismo en todas partes. La religiosidad alternativa aparece en el panteón y en los caminos, y se apodera de un espacio paralelo al de los cultos tradicionales de las iglesias establecidas. La mezcla de las religiones indígenas con la africana y la católica produce una creencia que devora y hasta una necesidad de santos, fuera de los linderos de la iglesia oficial. Los peruanos son místicos y lo han sido siempre a pesar de su inquisición criminal y de sus arzobispos.
Sarita Colonia es un ejemplo. No será canonizada. No cumple con las exigencias sociales o raciales para ello. Sin embargo, un pueblo pobre entre los más pobres del mundo la ha declarado santa, y lo es de quienes más necesitan y no tienen acceso a un abogado sobrenatural, los pobres, los presos, los ladrones, las prostitutas, los desocupados, y en estos días los clandestinos y asombrosos inmigrantes.
En los accesos subrepticios a los Estados Unidos, muchas personas con identidad falsa aprietan en la mano el dije de Sarita o tienen un escapulario suyo cosido a su ropa interior, y confían en que Sarita los ayudará a pasar sin ser advertidos.
Los devotos de Sarita, de la Difunta Correa, el Gaucho Gil, la Santa Muerte y Jesús Malverde, del Perú, Argentina y México saben que sus santos los volverán invisibles cuando en el desierto de Arizona sean perseguidos a muerte por los malditos “Patriots”, unos paramilitares racistas que se creen encargados de guardar la pureza racial de los Estados Unidos.
Son tan pobres que a veces no tienen imagen. De Sarita sólo se conserva la ampliación de una niña menuda en un retrato de familia. El letrista de los “Tigres del Norte” solicitó en México que le hicieran una estatua de San Jesús Malverde.
-Pos resulta que no sé cómo era el difunto.
-No importa. Hágalo nomás con la cara de Pedro Infante.
No tienen imagen, no tienen historia. Pero pertenecen a un pueblo cuya larga espera lo ha convertido en santo. En estos días, todos los santos tienen un trabajo inmenso.
Amigos del CORREO: Los invito a ver el video entrevista que Centro literario de Florida y Univisión me hacen a propósito de “El corrido de Dante”. Hagan clic en:
http://www.literart.com/cor.htm
MERIDIANO DE TU ALMA
Antonio Escobar Mendívez
Alzo mis manos para alcanzar la noche deslunada,
tus pasos de gacela dibujan horizontes sin fin
sobre las hojas tenues del viento y sus silbidos.
¿Qué era tu silencio y la palabra?
¿Dónde estaba la luna tejiendo o destejiendo arpegios y dulzuras?
Incógnita mirada espejeaba la noche,
chispa en el cielo de este espacio,
distancia sonriente en la que tu voz rompía el cascarón de la mudez;
infinidad de trinos salían de tu boca
y de tus manos caricias hilvanadas con cariño.
Quedaron tus pasos repujados en las piedras
con tu sonrisa de jazmines;
trémulas huellas de luceros
hacían adiós en el recuerdo.
Risas como cascadas sonando interminables, suaves, espumantes
y un rosario de palabras en las redes del tiempo.
Tu risa es la sonata que brota
en el meridiano de tu alma,
océano sobre el lienzo
de tu albina bondad.
jueves, 23 de agosto de 2007
VEN
Antonio Escobar Mendívez
Ven
eleva tus manos,
como golondrina,
en el cielo augusto
de mi corazón.
Deja tus cabellos
volando
en la aurora,
destrenza tu alma,
dobla tus dolores
y plancha tus penas,
en el terciopelo
de tu juventud.
Tú tienes la fuerza
del Ande
en tus manos,
en tus ojos
llevas
agua de bondad
y la fuerza ignota
y el valor
y el ansia,
están dibujadas
en tu corazón.
Ven,
sigamos creciendo,
como primavera,
volando en los días,
con la libertad.
Ven
eleva tus manos,
como golondrina,
en el cielo augusto
de mi corazón.
Deja tus cabellos
volando
en la aurora,
destrenza tu alma,
dobla tus dolores
y plancha tus penas,
en el terciopelo
de tu juventud.
Tú tienes la fuerza
del Ande
en tus manos,
en tus ojos
llevas
agua de bondad
y la fuerza ignota
y el valor
y el ansia,
están dibujadas
en tu corazón.
Ven,
sigamos creciendo,
como primavera,
volando en los días,
con la libertad.
miércoles, 22 de agosto de 2007
MUCHACHITA TRAVIESA
Antonio Escobar Mendívez
En la orilla del crepúsculo,
muchachita traviesa,
encantadora,
comprendí tu lenguaje de sirena,
tu vuelo silencioso de paloma
y tus ojos guardando mi ternura.
Ahora compartimos arrozales,
el idioma común de tulipanes,
la dulzura sin fin de las ciruelas,
el canto esperanzado de los tordos,
melodía feliz de tu sonrisa.
Hoy delineas la dicha de los días
con el lápiz marrón de tu mirada
y el encanto de tu voz
de ruiseñor triunfante.
La vida va creciendo como la primavera
con tu bondad de agua
en la suave palpitación de las tardes hermosas.
Yo dibujo tu cuerpo con mis ojos
y con óleos de amor pinto tus sueños
y en un marco dorado,
esposa mía,
cuelgo en mi corazón,
tu retrato perenne,
tu paisaje.
En la orilla del crepúsculo,
muchachita traviesa,
encantadora,
comprendí tu lenguaje de sirena,
tu vuelo silencioso de paloma
y tus ojos guardando mi ternura.
Ahora compartimos arrozales,
el idioma común de tulipanes,
la dulzura sin fin de las ciruelas,
el canto esperanzado de los tordos,
melodía feliz de tu sonrisa.
Hoy delineas la dicha de los días
con el lápiz marrón de tu mirada
y el encanto de tu voz
de ruiseñor triunfante.
La vida va creciendo como la primavera
con tu bondad de agua
en la suave palpitación de las tardes hermosas.
Yo dibujo tu cuerpo con mis ojos
y con óleos de amor pinto tus sueños
y en un marco dorado,
esposa mía,
cuelgo en mi corazón,
tu retrato perenne,
tu paisaje.
sábado, 18 de agosto de 2007
Antonio Escobar Mendívez
Eres luz, en la huella hacia la aurora,
también aroma,
con el aire cotidiano,
estructura amical
para mis manos torpes,
risa de ave
sobre el árbol tenue.
Senderos de bondad tienen tus ojos,
espejos donde el tiempo pinta tu alma
de niña alegre y tierna;
arroyuelos donde mi voz se nutre,
para tejer un canto.
¡Mira el cielo estrellado y pinta con tu risa la esperanza!
Primavera trenzando aromas,
para el alma cantando en tus raíces:
¿Dónde empieza tu pétalo, tu rama?
Agua para mi sed, luz para el mundo,
eres el mar con una playa inmensa,
crepúsculo encendido para la noche.
El aire juega con tus cabellos
y sus manos de nada
tejen una caricia.
En el cuenco de tus manos,
la luna bebe un bálsamo
para la soledad.
A la vuelta de una estrella
te miro solamente.
Ola reventando en mis ojos.
Zozobra entre el crepúsculo la tarde
e invade de luceros los caminos,
de luciérnagas, la luz; tu voz
canta
amotinada en el tiempo.
Alza hasta aquí tu vuelo de paloma
y dime dónde el canto se detiene,
en qué trino de luz,
rama de viento,
en qué suspiro rojo,
dibujando en tus labios
dos cerezas.
Eres luz, en la huella hacia la aurora,
también aroma,
con el aire cotidiano,
estructura amical
para mis manos torpes,
risa de ave
sobre el árbol tenue.
Senderos de bondad tienen tus ojos,
espejos donde el tiempo pinta tu alma
de niña alegre y tierna;
arroyuelos donde mi voz se nutre,
para tejer un canto.
¡Mira el cielo estrellado y pinta con tu risa la esperanza!
Primavera trenzando aromas,
para el alma cantando en tus raíces:
¿Dónde empieza tu pétalo, tu rama?
Agua para mi sed, luz para el mundo,
eres el mar con una playa inmensa,
crepúsculo encendido para la noche.
El aire juega con tus cabellos
y sus manos de nada
tejen una caricia.
En el cuenco de tus manos,
la luna bebe un bálsamo
para la soledad.
A la vuelta de una estrella
te miro solamente.
Ola reventando en mis ojos.
Zozobra entre el crepúsculo la tarde
e invade de luceros los caminos,
de luciérnagas, la luz; tu voz
canta
amotinada en el tiempo.
Alza hasta aquí tu vuelo de paloma
y dime dónde el canto se detiene,
en qué trino de luz,
rama de viento,
en qué suspiro rojo,
dibujando en tus labios
dos cerezas.
viernes, 17 de agosto de 2007
ALFABETO DE LOS DIAS
Antonio EScobar Mendivez
Pudo llamarse lirio,
lámpara o estrella. Quizá debió ser liana,
para atar su figura
a mis latidos. Por su olorosa esencia,
debió ser un jardín lleno de rosas,
un panal,
donde bebí goloso
su dulzura. Con ella fui aprendiendo
el alfabeto de los días, l
a A del amor,
con sus palabras buenas
y la Z del zumo oloroso
de su corazón,
hoguera eterna. Así aprendí que el amor
es lámpara votiva
alumbrando los caminos del mundo.
Pudo llamarse lirio,
lámpara o estrella. Quizá debió ser liana,
para atar su figura
a mis latidos. Por su olorosa esencia,
debió ser un jardín lleno de rosas,
un panal,
donde bebí goloso
su dulzura. Con ella fui aprendiendo
el alfabeto de los días, l
a A del amor,
con sus palabras buenas
y la Z del zumo oloroso
de su corazón,
hoguera eterna. Así aprendí que el amor
es lámpara votiva
alumbrando los caminos del mundo.
miércoles, 15 de agosto de 2007
LATIDO IMPERFECTO
Antonio Escobar Mendívez
No busco la perfección de la palabra,
ni rutas ya creadas. Soy camino
y hay espinas
que hieren
las huellas de mis manos,
el latido imperfecto
de mi pecho,
mi embriaguez,
mi caos interior
y mi ternura.
Intento aquel camino,
la infinitud del beso.
Dame un minuto/ un pedazo de cielo,
para arreglar mi inquieto corazón
y mi cerebro
en la geografía
de mi cuerpo.
Aquí zumba la vida,
colibrí soñador,
amor y dulcedumbre.
No busco la perfección de la palabra,
ni rutas ya creadas. Soy camino
y hay espinas
que hieren
las huellas de mis manos,
el latido imperfecto
de mi pecho,
mi embriaguez,
mi caos interior
y mi ternura.
Intento aquel camino,
la infinitud del beso.
Dame un minuto/ un pedazo de cielo,
para arreglar mi inquieto corazón
y mi cerebro
en la geografía
de mi cuerpo.
Aquí zumba la vida,
colibrí soñador,
amor y dulcedumbre.
lunes, 13 de agosto de 2007
INOCENCIA
Antonio Escobar Mendívez
Eras plantita
floreciendo,
al ritmo primaveral de la ternura.
Amaba tu inocencia de gaviota,
tu vocecita dulce,
tu forma de botella ornamental,
tus pisadas de aroma,
tus besos infinitos.
Tu cuerpo estaba hecho a mi medida,
como suave sandalia.
En las tardes,
tus manos
deshojaban caricias
y tus palabras eran la explicación del paisaje.
Te dije que eras una arañita
y buscaba en tu piel la repetición de la brisa.
El mar garuaba nuestros rostros con su espuma.
Te fuiste con el viento.
Ahora eres recuerdo
o golondrina bañada de silencios.
Eras plantita
floreciendo,
al ritmo primaveral de la ternura.
Amaba tu inocencia de gaviota,
tu vocecita dulce,
tu forma de botella ornamental,
tus pisadas de aroma,
tus besos infinitos.
Tu cuerpo estaba hecho a mi medida,
como suave sandalia.
En las tardes,
tus manos
deshojaban caricias
y tus palabras eran la explicación del paisaje.
Te dije que eras una arañita
y buscaba en tu piel la repetición de la brisa.
El mar garuaba nuestros rostros con su espuma.
Te fuiste con el viento.
Ahora eres recuerdo
o golondrina bañada de silencios.
sábado, 11 de agosto de 2007
Antonio Escobar Mendìvez
¿Por qué la duda,
pedacito de cielo,
golondrina volando en el crepúsculo?
¿Dónde está el aroma infinito de tu pelo?
¿Tus pisadas de luz en mi sendero?
Mira las ventanas del cielo,
la garúa sobre la piel temblorosa.
Mañana han de estar tristes los manzanos,
las aves olvidarán sus nidos,
entre los recovecos de las ramas
y su piar, dolorosa letanía.
Gozosa sensación de aliento de neblina en la mañana fría
para tu piel de raso,
o el pasto que se quiebra debajo de tus pasos
para acariciar la distancia,
tu perpetua sonrisa
o tu seriedad de adolescente asustada
Las rosas deshojarán aromas,
las nubes ovejitas mansas en el lomo del cielo,
el sol ablandará su luz para tocar tu piel de porcelana.
Déjame recorrer con palabras, tu geografía de paloma
para el retrato de tu rostro en mi retina.
Crepúsculo asustado y tembloroso,
las garzas vuelven a calentar sus nidos y soñar pececillos
o diseñar lagunas pobladas de langostas;
mientras sigas siendo nube en el cielo de la ausencia.
¿Por qué la duda,
pedacito de cielo,
golondrina volando en el crepúsculo?
¿Dónde está el aroma infinito de tu pelo?
¿Tus pisadas de luz en mi sendero?
Mira las ventanas del cielo,
la garúa sobre la piel temblorosa.
Mañana han de estar tristes los manzanos,
las aves olvidarán sus nidos,
entre los recovecos de las ramas
y su piar, dolorosa letanía.
Gozosa sensación de aliento de neblina en la mañana fría
para tu piel de raso,
o el pasto que se quiebra debajo de tus pasos
para acariciar la distancia,
tu perpetua sonrisa
o tu seriedad de adolescente asustada
Las rosas deshojarán aromas,
las nubes ovejitas mansas en el lomo del cielo,
el sol ablandará su luz para tocar tu piel de porcelana.
Déjame recorrer con palabras, tu geografía de paloma
para el retrato de tu rostro en mi retina.
Crepúsculo asustado y tembloroso,
las garzas vuelven a calentar sus nidos y soñar pececillos
o diseñar lagunas pobladas de langostas;
mientras sigas siendo nube en el cielo de la ausencia.
miércoles, 8 de agosto de 2007
Concierto de amistad
Antonio Escobar Mendìevez
Vibración de armonía
en tu mirada de azucena,
ensoñación de música,
camino infinito de esperanzas,
árbol coronado de nidos
echando raíces profundas
en busca del agua subterránea.
Arriba,
el piar,
la floración,
la bandada de nidos en la copa
iluminados de entusiasmo;
la fructificación de los aromas,
en el día total,
en el concierto de amistad,
ilimitada esencia,
amor a plenitud,
al infinito.
Vibración de armonía
en tu mirada de azucena,
ensoñación de música,
camino infinito de esperanzas,
árbol coronado de nidos
echando raíces profundas
en busca del agua subterránea.
Arriba,
el piar,
la floración,
la bandada de nidos en la copa
iluminados de entusiasmo;
la fructificación de los aromas,
en el día total,
en el concierto de amistad,
ilimitada esencia,
amor a plenitud,
al infinito.
jueves, 2 de agosto de 2007
PETALOS MUSTIOS
Antonio Escobar Mendivez
Te tuve temblorosa
entre mis manos,
vi tus pétalos mustios,
tus estambres caídos,
tu marchitez temprana.
tu agonía.
Te dejé entre el rocío,
con el verano
ardiendo
al mediodía.
El viento juguetón,
te llevó hacia el crepúsculo,
a la lluvia,
llenándote de espuma
y de colores,
en la inmensa
llanura
del silencio.
Te tuve temblorosa
entre mis manos,
vi tus pétalos mustios,
tus estambres caídos,
tu marchitez temprana.
tu agonía.
Te dejé entre el rocío,
con el verano
ardiendo
al mediodía.
El viento juguetón,
te llevó hacia el crepúsculo,
a la lluvia,
llenándote de espuma
y de colores,
en la inmensa
llanura
del silencio.
miércoles, 1 de agosto de 2007
VISITANDO EL DUENDE
Marcela Guevara Luna
-No era ni feo, ni enano, ni llevaba un sombrero enorme. Pero le llamaban Duende porque lo que escribía lo publicaba en las noches, cuando todos dormían…y porque era genial. Al día siguiente, como pinchazos con la punta de una espada, sentían en sus conciencias las autoridades de la Real Audiencia de Quito, las proclamas libertarias, y las denuncias que había escrito y pegado en los lugares más visibles de la ciudad, nuestro Eugenio Espejo, el Precursor de la Independencia. Nadie sabía quien era el autor… ¿Estás escuchando, niña?
De la nubecita turquesa que las ha traído gentilmente hasta acá, saltan Maye y su Abuela, los treinta centímetros que faltan para llegar al suelo. La sombrilla se ha cerrado y cuelga elegante del brazo de la mujer mayor. Ahora están caminando por los corredores de un hospital; cuando ingresan a la sala, observan a un hombre moreno seguido por un niño muy parecido a él, como de diez años que acuden a donde se halla una anciana acostada en un camastro; la mujer tirita y delira. El niño le acerca una jofaina con agua y el hombre le dice:
-Eugenio, hijito, colócale una compresa húmeda en la frente y después de un rato se la cambias; no te aburres, ¿verdad?
-No, Papacito. ¿Está bien así?
-Está muy bien.
El muchachito permanece junto al lecho de la anciana enferma. Entonces, las mujeres se percatan del olor nauseabundo del lugar y querrían salir, pero la voz del niño acompañando a su padre, les llama la atención.
-¡Yo quiero aprender a curar como el Padre José y como su merced, Papacito para ayudar a la gente! – dice el niño.
-Sí, hijito, si te empeñas, lo vas a lograr. Recuerda que tú, ahora, eres pequeño pero no hay tarea pequeña. Cada cosa que hagas, hazla bien!
-Bueno, Papacito. ¿le paso agua a don Domingo?
-Si, y se la das a sorbitos porque está muy débil.
Desoladas, miran las dos mujeres una procesión de indígenas llevando en pobres angarillas los cuerpos de otros indígenas que han muerto por la fiebre amarilla contraída en los obrajes. Sábanas que debieron ser blancas los cubren y van camino de la morgue. Se sienten muy tristes, tanto que huyen del lugar por los corredores del hospital; corren en busca de las gradas que las conducen por la escalera de caracol hasta el campanario de la Iglesia del Hospital de la Misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, que es donde se encuentran. Abren la sombrilla y ésta las eleva hasta depositarlas en una nubecita verde. Se recuestan y sienten en el pecho como un dique a punto de romperse. La Abuela aprieta a la niña contra su corazón.
Al sentir un leve sacudón, caen en cuenta de que ya están otra vez en su terraza. El sol pega fuerte y la Abuela le dice:
-¡Cuánto nos hemos dormido! No debemos ver mucha televisión, nena…
Han bajado, y en el comedor, la Madre las espera.
-Están conspirando, ¿he?
-No, Mami. Sólo que Eugenio se veía muy flaco. .
-¿De cuál Eugenio hablan?
-Del Duende, hija.
-¡Hoy están muy extrañas las dos!
-¿Iba a la escuela Eugenio?
-Claro, mi vida. Y por no ser blanco sufrió discrimen, burlas y ofensas, pero como sabía que debajo de la piel, todos somos iguales, no bajaba la cabeza, al contrario, estudiaba mucho y superaba a sus compañeros en aplicación y constancia. Tenía una inteligencia poco común.
-Y, ¿qué más?
-Que a los veinte años, alcanzó el título de Médico; que leyó mucho y de lo mejor de su tiempo para nutrir su hambre de saber. Que fue nuestro primer Bibliotecario…Pero, sobre todo, que tenía conciencia de que la libertad era un bien valioso del que no disfrutaba el pueblo, amordazado y explotado por los poderosos y que él debía hablar por su pueblo.
El cielo tiene nubarrones grises y un relámpago destella; el trueno es tan fuerte que las hace sobresaltar.
-¡Huy! ¡Va a llover! ¡Vamos, niña, a recoger la ropa de la terraza!
La ropa, hecha un gran montón sobre la cama, está agradablemente tibia y Maye, sin pensarlo dos veces, se refunde entre las prendas y otra vez está cabalgando, ahora, en un cúmulo azul, apegadita a la falda de su Abuela, sobre el cielo quiteño, hasta que las deposita suavemente en el patio de una casa desconocida y antigua.
- ¡Es una casa de la época de la Colonia! ¡Abuelita! ¡es igual a la que vimos en el Museo de la Ciudad! En esa ventana hay luz. ¿Quién será el hombre que está escribiendo?... ¡Es Eugenio Espejo, ¿verdad, Abuelita? ¡ Está tal como en el dibujo de mi libro de lectura!
Y el gran hombre, como si sintiera la presencia de ellas, vuelve a mirar; la niña y su Abuela se encogen y se quedan inmóviles. Lo observan cuidadosamente y ven que tiene fruncido el ceño y que ha apoyado el mentón en su mano izquierda; con la pluma en la derecha, golpea suavemente el escritorio. Finalmente, introduce la pluma en el tintero y continúa escribiendo.
-Debemos entrar. ¡Hace mucho frío! – dice la Abuela.
De puntillas Maye, y su Abuela, se acercan al escritorio. Miran como los trazos seguros y enérgicos traducen en palabras el pensamiento del incomparable Duende.
-No se entiende; parece otro idioma.
-Es latín, mi vida. El sabe algunos idiomas, susurra la mujer mayor.
Miran cómo copia el mismo texto en otras cuartillas con idénticos trazos. Una cruz roja dibuja con otra pluma y va apilando las hojas. Cuando ha concluido, se levanta y se dirige a un costado de la habitación; toma su capa y bien embozado, con las cuartillas ocultas bajo el brazo, sale. La puerta queda entornada; sus pasos resuenan en el empedrado de las calles de Quito..
A pesar del frío, salen a espiar al Dr. Espejo. Lo divisan al final de la calle a la luz indecisa de un farol que pende de un poste. Pero él está en plena esquina, afirmando un papel sobre la superficie de una cruz de piedra que se perfila débilmente a la luz del farol.
-¿A esto te referías Abuelita, con lo de Duende…?
-Si, mi chiquita. Denuncia lo que es injusto y persiste en despertar las conciencias.
Ha empezado a lloviznar; piensan en la sombrilla con que se cubren cuando salen a tomar el sol en la terraza y como a pedir de boca, ésta aparece en manos de la Abuela. La abre y sin más, las eleva. De a poco, un agradable calorcito, va subiéndoles desde los pies.
-¡Abuelita, soñé en el Duende!!
-Después me cuentas Maye. Vuelve con tu Mami.
Y la Abuela se alista para ir al trabajo.
El día pasa volando y otra vez están juntas Maye y su Abuela.
Suben las dos mujeres a la terraza y en la penumbra de la tarde que declina, riegan sus geranios. Traviesa, al capricho de un vientecillo leve, se desliza la sombrilla por el enorme patio. Maye corre tras de ella y la ase con las dos manos; al dársela a su Abuela, arrecia el viento y sienten como se elevan sobre su ciudad. Se acomodan, sin soltarla, sobre la nube azul rey donde las ha depositado la sombrilla y con los ojos entrecerrados, sienten que se desplazan por el infinito espacio.
Cuando ha concluido el viaje, están en un corredor de piso de tablas muy pulido y limpio bordeado de macetas con geranios rojos, blancos y rosados. Tras la ventana de una habitación, se ve la luz de una vela. Una sombra se proyecta y sale por la puerta una mujer con una palangana en las manos. La oyen sollozar mientras se aleja hacia fondo del corredor. La puerta ha quedado entreabierta y por ella penetran Maye y su Abuela, con algo de temor.
- ¡Es el Dr. Espejo! Y parece que está enfermo! –susurra la niña.
El Dr. Espejo yace en el lecho, pálido y débil. A velocidad vertiginosa pasan por la memoria del preclaro librepensador los recuerdos recientes del encuentro en Bogotá con su coterráneo Juan Pío Montúfar, con Nariño, y los próceres colombianos que igual que él sueñan en una Patria libre de los españoles y de su yugo; la Sociedad de Amigos y el Periódico Primicias de la Cultura de Quito, las persecuciones y los apresamientos. Sus amados libros, su padre advirtiéndole ser prudente. Velozmente, pasan los rostros de sus hermanos, el cura José y la valiente Manuela. Siente que esos recuerdos ya no le pertenecen y se ve envuelto en una especie de bruma; dulce, suavemente, se deja llevar hacia la inefable paz.
La pequeña y su Abuela, ven que el rostro del Dr. Espejo tiene una expresión risueña, aún su color ha mudado. Es como si estuviese apaciblemente dormido.
En puntillas se retiran con un nudo en la garganta y cuando han salido, ven avanzar la sombra de Doña Manuela, llevando la palangana con agua fresca.
Buscan la sombrilla y la abren. Al tiempo que se elevan sobre la blanca casita, escuchan el llanto angustiado y doliente de Doña Manuela porque su hermano ha partido. Pero ella sabe que las ideas no mueren; ya se encargaría de testimoniarlo a lo largo de su vida, con José Mejía Lequerica, su ilustre esposo.
Las ideas del Dr. Eugenio de Santa Cruz y Espejo, en efecto, no murieron; siguieron viviendo en la voluntad de los próceres que amaron a la Patria y lucharon soñando con verla libre.
Maye y su Abuela caminan ahora por la calle de las Siete Cruces y sienten un sobresalto cuando recuerdan la alta silueta del Dr. Espejo, afirmando, aquella noche fría y obscura, sus proclamas libertarias y sus denuncias sobre la superficie de una de ellas…
PASAJERA DE LA NOCHE
Antonio Escobar Mendívez
Susurros entre bombillas de neón,
tu voz
y risas acariciando la noche.
Ebrias botellas palpitantes en mis manos
desbordando alegría
en la hora suprema de la luna.
“El tren que nos separa
me aleja más de ti
un año no es un siglo
volveré…”
Tus pasos besan las aceras,
en busca de la vida,
cantándole entre copas y humo
melodías sin fin.
Pasajera de la noche,
no te importaba el tiempo,
sino el placer de temblar
definida en caricias
alzadas a la altura de los besos.
La calle se hizo sierpe mordiendo la manzana,
mientras abordabas
el tren iluminado y titilante
de la alborada fría.
Susurros entre bombillas de neón,
tu voz
y risas acariciando la noche.
Ebrias botellas palpitantes en mis manos
desbordando alegría
en la hora suprema de la luna.
“El tren que nos separa
me aleja más de ti
un año no es un siglo
volveré…”
Tus pasos besan las aceras,
en busca de la vida,
cantándole entre copas y humo
melodías sin fin.
Pasajera de la noche,
no te importaba el tiempo,
sino el placer de temblar
definida en caricias
alzadas a la altura de los besos.
La calle se hizo sierpe mordiendo la manzana,
mientras abordabas
el tren iluminado y titilante
de la alborada fría.
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