Antonio Escobar Mendívez
Mis pasos te buscaron
entre la suave aurora y el silencio.
Imaginé tus ojos como estrellas
titilando a lo lejos
mirando otros paisajes
y otros cielos
deshojando aromas de geranios y azucenas.
Mi ternura arrancaba a la miseria
sus espinas malignas
y mis zapatos rotos,
sonreían alegres
a mis camisas tristes.
¿Qué hacías,
entre tanto,
sin saber de mi aliento?
¿Diseñabas un futuro celeste
caminando hacia el cielo?
Tu infancia se mecía en la risa del tiempo,
bajo la sombra amada de la dicha.
Eran lisos guijarros
mis pisadas
sedientas de tus pasos.
Eras agua de lluvia
tintineando mis tierras.
El sol estaba inmenso y carcajeante
al mediodía del beso.
Mayo nos dio sus rosas
y su jardín entero
para el canto del alma,
mientras se desbordaban los luceros
en las noches serenas.
Hablaban nuestras manos
recorriendo los días,
por el desfiladero de la dicha
y se posó en tu boca
una gaviota alegre
con aliento de mar
y blancura de olas.
Te pedí que te quedes,
sembrada en mi destino,
para que nazca el fruto
de la lluvia y la tierra.
miércoles, 29 de agosto de 2007
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